miércoles, 6 de febrero de 2019

Hipólito Yrigoyen ante la condición humana - Parte 6


33En su conjunción armonizadora, finalmente, se conforma la comunidad de naciones, una suerte de confederación internacional de libres e iguales soberanías. En esa red asociativa, que parte del hombre, como individuo, medio y fin en sí mismo, sagrado para los demás hombres, su inclusión colectiva se sacraliza en los pueblos. La sacralidad se despliega, en lo social y espiritual, en los pueblos-naciones, no en los gobiernos ni en los Estados, cuya ontología es derivada y secundaria, puramente instrumental. La democracia, consecuencia inevitable de la armonía emancipadora del individuo, es la forma única e irremplazable con que se reviste la Nación: “Los principios democráticos incorporados a las constituciones de nuestros pueblos, fueron conquistas de la filosofía política traducida en la realidad del derecho público, que renovaron los fundamentos de la ciencia del gobierno, haciendo reposar la autoridad del Estado sobre el consentimiento espontáneo de las entidades organizadas bajo los auspicios de la Igualdad” (Discurso de Despedida al Presidente electo de Estados Unidos, del 22 de diciembre de 1928; DHY, pág.205).


34Como ya ha quedado dicho, los rasgos singulares de la concepción política de Yrigoyen no tienen expresión en un “programa escrito” de propuestas y proyectos de gobierno. Esa peculiaridad sería objeto de fuertes críticas, especialmente desde el socialismo y aun desde el liberalismo positivista dentro de su propio partido. Ernesto Laclau, jurista y sociólogo, y prestigioso intelectual que venía de dictar conferencias sobre la ciencia política en La Sorbona, justificaría esta posición del Yrigoyenismo, al que se adhería con entusiasmo en 1928: “El ideal de los partidos políticos es sin duda alguna alcanzar un programa de ideas. Pero estas no deben ser el fruto de una arbitraria actitud mental sino de un proceso sociológico. Es la única manera de que las ideas aprisionen conceptos vivos. Por eso, el radicalismo no ha querido concretar propósitos intelectuales antes de que la masa partidaria adquiriera unidad de conciencia y comprensión de su destino social. Anticiparse a esto habría sido penetrar ideas por la fe supersticiosa en el partido y no por entendimiento popular. La primera etapa de esta pedagogía social democrática se cumple cuando el pueblo, incapaz aún de ideas concretas, despierta su alma a un sentido espiritual. La fe le revela el secreto de su destino. Ya tiene una preferencia, un rumbo. No se puede desconocer la necesidad pedagógica ni la eficacia política de crear corrientes morales en la sociedad. Es menester dotarla de una pujanza mística que la capacite a grandes empresas” (Ernesto Laclau, La Formación Política de la Sociedad Argentina, Buenos Aires, Talleres Gráficos Araujo Hnos. 1928, pág. 77).

35Por eso, el mensaje de Yrigoyen se asimila más a un conjunto de premisas ideológicas, a una doctrina general, que en la acción de Gobierno va a ir mostrando su aplicación a la realidad. Este sistema de abstracciones principistas, sin embargo, no carece de profundidad filosófica: guarda relación directa con el idealismo romántico alemán, tanto como con el iluminismo francés del Siglo XVIII.


36Puesto en aplicación desde el Gobierno, a partir de 1916 el diseño de estos presupuestos doctrinarios adquiere resonancia realizadora en las “efectividades conducentes”, para utilizar, una vez más, el peculiar lenguaje yrigoyeneano.

37En el plano internacional esa consistencia ideológica con la praxis política determinó la base de una tradición, que con el tiempo marcó las líneas de una verdadera Política de Estado. Los episodios más importantes de la escena mundial fueron teniendo una replica por el Gobierno argentino: La Neutralidad en la Primera Guerra Mundial, las advertencias sobre las consecuencias negativas del Tratado de Versailles, respecto del cual la Argentina se declaró “res ínter allias acta”; las posiciones sobre la Igualdad de las Naciones ante la constitución de la Liga de las Naciones; la dignidad idealista que implicó el retiro de la Delegación Argentina de esa organización, las iniciativas para la integración de Sudamérica, sin pretensiones hegemónicas; los planteos antiimperialistas defendiendo el principio de no intervención, con relación a la política norteamericana en el caso de la República Dominicana y en Nicaragua, son algunos de los actos que caracterizaron la visión de Yrigoyen sobre “la función Argentina en el Mundo”. Es de notar ese criterio de “misión y función de la Argentina en el concierto de las Naciones”, que se distingue del actual criterio, de menor e irrelevante contenido y pretensión, de una Argentina “que se acomode al Mundo”.


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