martes, 5 de febrero de 2019

Hipólito Yrigoyen ante la condición humana - Parte 5


27Así ocurre que la Nación, para ser tal, debe responder a esos principios fundantes. Pero, alega Yrigoyen, habían sido olvidados y degradados por muchos años por los Gobiernos del Régimen (una suerte de oligarquía patrimonialista, una plutocracia) a los que atribuía los mayores males de una Nación que había que reparar en sus propios fundamentos. Las que constituyen la nacionalidad son, pues aquellas tradiciones, concebidas no como unas esencias permanentes, sino como un puente flexible que nos une con el pasado, pero que, por sobre él, nos vincula con un proyecto de futuro, en función de un destino universal. Así lo que nos hace argentinos, es nuestra participación directa en la conformación y la confirmación de la soberanía política, nuestra calidad de ciudadanos y nuestra conciencia cívica. No sería tanto la lengua común, ni la religión, ni la etnia lo que fundamenta la nacionalidad, ni aún el mismo territorio en que habitamos. Todos esos elementos conforman algo así como un humus, una savia impulsora, importante pero no excluyente, desde donde surgen los valores éticos y sociales de una conciencia colectiva: confluyen, en suma, en la democracia, igualitaria y vital, auténtica y veraz, y su movilización dinámica tras objetivos justicieros. De tal modo que la soberanía interna sacraliza a los individuos en su ciudadanía. Sin ella, no se explica la soberanía externa. Y es precisamente en ese plano, donde se percibe con mayor claridad el sentido de lo nacional que registra Yrigoyen.


28Este nacionalismo no es hostil ni aislacionista. Yrigoyen no es un nacionalista en el sentido de las corrientes que se tipificaron en el nacional catolicismo reaccionario. No hay en el nacionalismo yrigoyeneano una sola expresión de xenofobia, de discriminación racial o de aislamiento agresivo. La Nación no puede ser excluyente y enemiga de las otras Naciones. Su personería y su calidad nacen del individuo ciudadano, y desde ese lugar se extiende fraternamente a todos los otros pueblos: “tales son los anhelos de los pueblos sudamericanos [...] realizándose como entidades regidas por normas éticas tan elevadas, que su poderío no pueda ser un riesgo para la Justicia, ni siquiera una sombra proyectada sobre la soberanía de los demás Estados” (Discurso de Yrigoyen en el Banquete Oficial ofrecido al Presidente electo de los Estados Unidos, Mr. Herbert Hoover, diciembre de 1928; DHY, pág. 203).

29De ahí también se desprende su idea de una confederación Universal de Libres Soberanías, armoniosas en su humanismo y en el logro de los valores que fundamentan la soberanía interna, expandidos en el respeto y la solidaridad con todos los hombres sagrados del mundo, y por lo tanto en todos los pueblos sagrados del mundo. De ella nacen los principios de autodeterminación de los pueblos y de no-intervención de los países dominantes en los asuntos internos de cada pueblo. Los principios del nacionalismo de Yrigoyen no se originan ni en etnias, ni en clases, ni se deducen de religiones, sino del presupuesto básico de la sacralización de los pueblos. Es su consecuencia lógica y coherente de una mirada supremamente humanista, de una religión cívica, que religa y reúne a todos los hombres y a todos los pueblos del mundo.

30En este proceso de integración, la primera etapa es la Nación, la Segunda es Latinoamérica, (aunque Yrigoyen no usa esos términos, sino Sud América, o simplemente la América) y la tercera es el mundo. Pero esta es una escalada que, desde luego lo sabe bien Yrigoyen, registra conflictos, luchas y contradicciones. La igualdad entre las Naciones es un fin último, aunque no demasiado lejano, pues hay que eliminar para ello las ideas imperiales, las hegemonías de los países poderosos y dominantes.

31La entidad sustantiva es, pues, la Nación, en torno a la cual se desenvuelve toda la política. Es la culminación, el punto máximo de la construcción de los hombres y de los pueblos. Concibe a la Nación como un organismo complejo, constituido por elementos y valores “ideales”: su historia, sus tradiciones, sus tendencias ideológicas, y sobre todo, sus instituciones. Es una categoría sustantivamente histórica, que solo puede ser definida históricamente, con atención especial a sus características sociales y a las instituciones que se ha ido dando.

32La Nación es una entidad integradora, en lo interno y en lo externo, con todas las demás naciones, una articulación con la Humanidad. Es el ámbito donde se realiza la marcha emancipadora del hombre-ciudadano. Y se expresa jurídicamente en el Estado Nacional, que es integrador y participativo: pero el Estado no es más que una forma de la Nación, cuya personería ha de manifestarse en una hermandad de libres soberanías. La soberanía de la Nación no puede ser hostil, sino armoniosa con todas las demás entidades emancipadoras: el individuo, las familias, los municipios, las provincias y toda forma asociativa natural, cuyo juego y suma se integran en la Nación.


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