La calesita o carrusel apareció en Europa alrededor del año
1673, cuando Rafael Foliarte registró la patente en Inglaterra. Bautizó su
invento como merry go round (más a menos como vueltas alegres). Rápidamente el
juego se propagó por Francia, como uso exclusivo de la aristocracia. En España
se las conoció como tiovivo. Las primeras calesitas giraban impulsadas por un
caballo, pero alrededor de 1930 comenzaron a funcionar con un motor naftero y
con el pasar del tiempo los alcances técnicos lograron convertirlas en una de
las diversiones preferidas de la niñez.
En el que era el Barrio del Parque, hoy Plaza Lavalle,
apareció entre 1867 y 1870 la primera calesita de la ciudad, entonces la Gran
Aldea. Era de origen alemán y luego llegó otra proveniente de Francia, sobre cuya
ubicación no existen antecedentes. La primera calesita fabricada en el país, en
un taller ubicado en la calle Moreno al 1600, se debió a Cirilo Bourrel,
francés, y a Francisco Meri y De La Huerta, español, que financió la obra: fue
más o menos alrededor de 1891. Se instaló en la Plaza Vicente López y contaba
con los corceles, chanchitos, cisnes y aviones, típicos elementos de las
calesitas en general.
Artesanos de origen italiano, Pascual, Miguel y Domingo
Lasalvia (o La Salvia), naturales de la provincia de Potenza, se dedicaron a
construir los famosos carrousels con organitos musicales. En 1870 llegaron a la
Argentina y, luthiers de profesión, estos hermanos serían los pioneros de la
mayor atracción de los chicos argentinos durante largos años: la calesita.
Fundaron una empresa que se llamó Carruseles Ultramodernos Argentinos Lasalvia
(CUMA), que se dedicó a la construcción masiva de calesitas. La primera de
origen argentino fue encargada en 1943 por la firma Sequalino Hnos., con
fábrica en la calle Alvear 1045 de la ciudad de Rosario, provincia de Santa Fe.
Esta calesita comenzó a funcionar ese mismo año en un terreno ubicado en la
esquina de Hidalgo y Rivadavia, barrio de Caballito.
La empresa Sequalino Hnos. encargó la decoración de la calesita al ebanista
Ríspoli, quien realizó figuras corpóreas como caballos en exposición, leones y
burros. Asimismo, talló en doce biombos de cedro policromado algunos temas
circenses y figuras de cuentos infantiles.
En 1946 se trasladó al Jardín
Zoológico, donde alegró la infancia de los niños de la ciudad y de todos
aquellos que visitaban el famoso paseo. La famosa sortija, que permitía al niño
que lograba sacarla una vuelta gratis, es un invento argentino. La idea, según
cuentan viejos calesiteros, fue tomada del famoso juego que realizaban o
realizan los jinetes campestres, ensartando la punta de una vara en una sortija
que cuelga de una cinta a determinada altura.
La última calesita
La mayoría de los barrios porteños tuvieron y tienen aún su calesita. En lo que
respecta a Villa Urquiza, la primera se instaló en 1945 a iniciativa de un
italiano y con el tiempo pasó a manos de un tal Espinosa. En 1988 Raúl Ernesto
Tolosa, que supo ser jugador de fútbol en el Club Banfield, se asoció con
Carlos Chávez y adquirió la calesita, que finalmente pasó manos de Marcos
González en 2003. Esta calesita, a la que se llamó Patito 1º, funcionó hasta
setiembre de 2005 en los terrenos cercanos a la estación General Urquiza del
ferrocarril. Un ente del Gobierno de la Ciudad la desalojó de allí y trató de
buscar otro predio para su instalación, según comentarios de Carlos Chávez: Se
ofreció trasladarla a un terreno en Av. de los Constituyentes y Av. General
Paz, pero ése no es lugar. Lo ideal sería que esté en la Plaza Marcos Sastre.
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