lunes, 24 de septiembre de 2018

AGUSTÍN JUSTO, ROBERTO ORTIZ Y RAMÓN CASTILLO (1932-1943) - Parte 10


I V. Castillo: mártir de la disyunción

Cuando hacia mediados del año 1940 el presidente Ortiz ingresó en licencia por razones de salud18, el panorama político cambió rotundamente.
Carta de Carlos Cossio a José Padilla, Buenos Aires, 4 de mayo de 1940 (AGN, Fondo Agustín P. Justo, Caja 114, doc. 103).

Véase las opiniones vertidas por Sánchez Sorondo en Honorable Cámara de Senadores de la Nación (HCSN), Diario de Sesiones, 16 de mayo de 1940, 100-102. En julio de 1940 el presidente debió pedir licencia por consejo médico y renunció en forma definitiva en junio de 1942. Pese a presentarse varios intentos de retorno durante su reposo jamás recuperó el cargo. Aquí pareciera que más que el tiempo político, el azar o fortuna provocaron un cambio de liderazgos.

El vicepresidente en ejercicio rápidamente orientó de manera distinta su proyecto, buscando la hegemonía de los demócratas nacionales, avanzando con intervenciones federales sobre provincias gobernadas por radicales19 y finalmente, acercándose a la oficialidad con ideas nacionalistas.

Skowronek considera que los líderes de la disyunción, en primer lugar, intentaron “rehabilitar las viejos y maltratados acuerdos políticos” pero sin éxito. Históricamente, estuvieron afiliados a los regímenes políticos establecidos, pero sin embargo asumen en coyunturas donde estos acuerdos son percibidos cada vez más como ilegítimos y como parte misma del problema a resolver. En la historia norteamericana, todos estos presidentes prometieron “reparar y enmendar el establishment político” regenerado esas estructuras débiles. El problema es que el mejor de los liderazgos en estas circunstancias es el que se demuestra débil, ya que cuanto más tenue sea, más tiempo logrará mantener la autoridad política de la presidencia y evitar el colapso (Skowronek 2011).

En general, estos presidentes se encontraron a sí mismos atrapados entre rígidas demandas de sus partidarios e inflexibles acusaciones por parte de sus opositores. En el fondo, se vieron “inhabilitados para afirmar o repudiar su herencia política, tendieron por sus propias acciones a hundir a la Nación en una profunda crisis de legitimidad política”, ya que el control presidencial de los términos del debate de política nacional se evaporó en determinadas coyunturas y nunca se recuperó. El efecto político sistémico terminó siendo “disyuntivo” (Skowronek 2011: 90).

En su primer mensaje presidencial, Castillo advertía la gravedad de la situación internacional y las “perspectivas desfavorables para la economía nacional” creadas por los conflictos bélicos (Castillo 1941: 5). El panorama era sombrío según el presidente, pero el refugio en una neutralidad “bien definida” y cordial con todas las naciones del mundo permitirían sortear las dificultades venideras. Se sentía asimismo como apartado de “toda actitud militante” y decía haber contraído su voluntad al propósito de “servir a los intereses generales por encima de las pasiones partidarias” (Castillo 1941: 9).

Sin embargo, la crisis política interna era latente. Hacia agosto de 1940 y durante febrero de 1941 el Senado de la Nación había avanzado en la creación de dos comisiones de Investigación en importantes asuntos políticos. Si la primera se refería a una venta irregular de terrenos al Ministerio de Guerra —denominado luego “escándalo de El Palomar”— y se acusaba al ministro de dicha cartera de “mal desempeño”; la segunda comisión se orientaba a investigar el estado salud del presidente y —si era pertinente— proceder con un juicio político por inhabilidad (López 2016). Ambas comisiones con resultados claros se orientaron a desprestigiar al presidente enfermo y consolidar institucionalmente al vicepresidente Castillo, quien para septiembre de 1940 pudo nombrar a un gabinete propio (ver Tabla VI)20.

La breve experiencia orticista había exacerbado los ánimos de opositores y aliados del régimen. Los radicales habían podido comprobar que una política honesta y recta en materia institucional, respetuosa de los resultados de las urnas, les había devuelto la mayoría en Diputados y algunas gobernaciones. Los aliados concordancistas, en cambio, habían probado el sabor de la derrota: una política demasiado permisiva y sobre todo, con el aval presidencial, terminaría por liquidar la alianza política y derivaría en el mediano o largo plazo en el retorno del radicalismo al poder.


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