domingo, 23 de septiembre de 2018

AGUSTÍN JUSTO, ROBERTO ORTIZ Y RAMÓN CASTILLO (1932-1943) - Parte 7


En su último mensaje, el relato sobre el significado político de su presidencia adquiría contornos épicos. Allí advirtió que asumió “en uno de los momentos más difíciles y azarosos de la vida de la República” y su reflexión era el del hombre que podía “hablar con la franqueza y la libertad de quien se [sentía] colocado por encima de las pasiones y de los intereses transitorios”, y enfatizaba:

Asumí el gobierno en momentos en que la exaltación de las pasiones, motivada por hondas divergencias y profundos antagonismos, amenazaba convulsionar al país (…) crisis de espíritu y de conciencia que precedió a la crisis económica (…) Apenas llegado al poder, el gobierno que presido inició la magna obra de devolver la serenidad a los ánimos y vigorizar, mediante enérgicas medidas, el organismo económico del país (…) La república ha reemprendido su marcha interrumpida y hoy la continua a paso seguro (Justo 1937: 6, subrayado nuestro).

Su obra de gobierno se resumía entonces en “ordenamiento financiero y fiscal”; transformación de la “antigua estructura económica renovando los viejos moldes de las finanzas”; “resurgimiento material” que cambió el “cuadro sombrío” de cinco años atrás y que extendía la “acción constructiva (…) en todos los ámbitos del país” (Justo 1937: 7). De alguna manera, la Argentina, luego de su administración, atravesaba “un período de excepcional prosperidad, visible en todos los órdenes de sus actividades productoras” (Justo 1937: 21-22).

La recuperación de la historia nacional y la revaloración de un panteón mítico de próceres; el armado político que pudo forjar; y la reconfiguración de la política económica, nos refuerzan entonces la imagen de un presidente que efectivamente buscaba construir un orden nuevo y no retornar simplemente a un modelo anterior.

III. Ortiz: líder de la articulación, ¿prócer de la prevención?

Los líderes de la “articulación” —según Skowronek— remiten, en primer lugar, a aquellos casos en la historia política norteamericana de presidentes que llegan al poder “afiliados con una serie de compromisos políticos” a los que adhieren francamente y que se transforman en guías claras para la acción futura de gobierno. Una referencia recurrente en este tipo de líderes es que se pueden catalogar como “ortodoxos innovadores” en tanto que sus tareas están relacionadas con culminar el trabajo del pasado y, al mismo tiempo, como una demostración de la durable “vitalidad” de los compromisos establecidos (Skowronek 2011: 99-100). Por ello que, como segunda característica, estos líderes tenderán naturalmente a “profundizar” la obra de gobierno de sus antecesores.

Sin embargo, la “autoconfianza generada” en algunos casos deriva históricamente en presidentes aislados y desacreditados por sus propios aliados y partidarios y fueron considerados en diversas coyunturas como “cismáticos”. Una tercera cuestión es la que vincula las acciones de este tipo de presidentes en el largo plazo a la debilidad de las bases del régimen, ya que sus administraciones suelen estar rodeadas por debates bizantinos sobre el verdadero significado de la “fe” y el destino del sistema político. Ello conduce a disputas facciosas que tienden a quebrar los compromisos políticos asumidos: el liderazgo presidencial de pronto se ve sobre la base de un “castillo de cartas”. Se desata así, a través de la acción de estos articuladores, una creciente tensión entre el “desarrollo institucional que ha expandido los recursos del Poder Ejecutivo acentuando su independencia” y los “problemas de sostener una identidad colectiva política” erosionada por el mismo ejercicio del poder presidencial12

El caso de Ortiz es paradigmático. La identificación del candidato antipersonalista con el régimen político surgido de la revolución de septiembre y con el gobierno del general Justo fue clara en sus discursos de campaña electoral13. A su entender, la revolución había puesto fin a un “sistema de desgobierno que substituía el imperio de la ley por el capricho de un gobernante demagogo” (Ortiz 1937: 91), aludiendo al depuesto Yrigoyen y había sido una empresa reparación nacional de la que se sentía en parte heredero y continuador. También lo era el gobierno del presidente saliente Justo al que se sentía llamado para finalizar su obra (Ortiz 1937: 112, 123, 132, 224). Sin embargo, luego de asumir en febrero de 1938, el nuevo presidente conformó un nuevo gabinete que si bien respetaba el equilibro de la coalición oficialista también colocaba en puestos clave a hombres de su entera confianza.


No hay comentarios.:

Publicar un comentario