martes, 17 de abril de 2018

Fresedo - Entrevista a Osvaldo Fresedo en 1976 - Parte 2


-Para entonces usted seguía componiendo además de tocar, ¿quién le enseñó?

-Creo que fui un intuitivo, desde muy chico me di cuenta que tenía uno de esos oídos privilegiados y lo que escuchaba lo retenía aquí adentro ¿sabe? Por suerte mi padre, después se dio cuenta y me compró un bandoneón de concierto, uno en serio, y me puse a aprender con Carlos Besio, que de día era cochero del cementerio de la Chacarita y de noche tocaba. Cuando vaya por la estación La Paternal fíjese en una casa que tiene dos copas de cemento, que da sobre las vías del tren. Bueno, allí mi padre instaló un café para que yo tocara y no saliera por allí hasta la madrugada y allí formamos un dúo con José Martínez, el pianista autor de “Canaro”, “El cencerro” y tantos más.

-Pensar que a usted se lo llamó “El pibe de La Paternal” y que raro ¿no?, después pasó a convertirse en director de una orquesta para elegantes, o para exquisitos.

Yo siempre seguí en lo mío. Esa música de melodía limpia, llena de matices, el equilibrio de bandoneones y violines. Yo que soy bandoneonista siempre llené el escenario con cuerdas. El bandoneón no es un instrumento completo y si son muchos ensucian el sonido. Quiero decirle que yo quiero impresionar a la gente con la melodía, quiero tocarla en el corazón, pero con delicadeza ¿sabe? Además una orquesta, es un mundo que tiene que estar de acuerdo. Lo primero que hacía era convencer a cada uno de los músicos que sintieran lo que iban a tocar. Claro, para eso era necesario dedicación, fanatismo y tiempo, cosas que ahora no hay. 

Ensayo cada instrumento por separado. Primero las cuerdas, después el piano, los bandoneones y el violonchelo. Voy marcando los matices, esas sutilezas de la música que quiero que toquemos. Nunca me apuro en reunirlos a todos juntos, hasta que cada uno sepa y lleve metido en la piel que es lo que va a hacer. Cuando llega el momento del encuentro están preparados. En ese primer contacto de la orquesta, cada uno de los integrantes puede percibir y gozar los efectos de un “fortíssimo” o un “pianíssimo”. 

Y el que toca el violín escucha como suena acompañado por el piano. Y eso es lo lindo. No el virtuosismo que es para un solista, sino el conjunto impresionando, llegando al alma de la gente.

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