miércoles, 14 de marzo de 2018

La ley de Inmigración y Colonización del presidente Nicolás Avellaneda - Parte 4

Una tierra promisoria

Así comenzó a circular, en una Europa azotada por las sucesivas guerras, la hambruna, el hacinamiento y el desempleo, la fama de la Argentina como granero del mundo, tierra promisoria de trabajo, pan y paz para las sufridas familias agricultoras del Viejo Mundo. 

En Europa los lotes para el trabajo rural se encontraban excesivamente parcelados, los suelos desgastados y la miseria rondaba por doquier. Las agencias de promoción hicieron una intensiva campaña de difusión para captar interesados en radicarse en nuestro país. Así se gestó el aluvión inmigratorio de fines del siglo XIX, que comenzó con Avellaneda. La tarea de los agentes argentinos en Italia y Austria fue ardua. Se destacó el cónsul en Génova, Dr. Eduardo Calvari; quien interesó a miles de italianos para embarcarse. Menor suerte tuvieron los agentes albicelestes en Austria. Tal vez por las diferencias de idioma, climáticas o culturales, los inmigrantes austríacos no fueron numerosos.

La segunda parte de la ley -“De la colonización”-, comprendía ocho capítulos. Promovía el establecimiento de colonias en territorios nacionales, terrenos particulares o provinciales, mediante el Departamento de Tierras y Colonias. A ese fin, se loteaban las tierras públicas en parcelas de cien hectáreas cada una. A las primeras cien familias se les otorgaba un lote, en forma gratuita, y se les permitía que compraran más tierras, a dos pesos por hectárea, mediante formas de pago accesibles. Se facultaba al gobierno a contratar la provisión de casas, herramientas, enseres, animales y alimentos para los colonos, a precios subvencionados. 

El espíritu de la ley era claramente promover la ocupación del campo y las actividades económicas agrarias con el propósito de contribuir con el desarrollo económico del país.
Esta ley tuvo un efecto impactante en los años siguientes. Permitió la llegada de casi cuatro millones de extranjeros. Sin embargo, lejos de establecerse el grueso de los recién llegados, en el campo, como era la idea de Avellaneda, muchos de ellos se establecieron en los centros urbanos próximos a los puertos. De más de 68.000 inmigrantes registrados en 1875, poco más del 10 por ciento se volcó al trabajo rural, y no todos ellos se radicaron definitivamente.

Por Juan Pablo Bustos Thames


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