miércoles, 7 de marzo de 2018

Estoy tan cambiao, no sé más quien soy - Parte 7

Después, bueno, sufrió todas las crisis que afectaron a la pequeña burguesía en el país". Don Osvaldo se calla y trepa al palco junto con sus músicos. Se sienta al piano. Hace una seña con la cabeza y los bandoneones frasean los primeros compases de recuerdo. Cuando terminan, alguien, desde el fondo, sin poder contenerse, grita dos veces seguidas: "¡Al Colón! ¡Al Colón!"; un vocinglero entusiasmo por don Osvaldo que a los banqueros de Wall Street les sería difícil compartir.

También otro pope del tango, Aníbal Troilo (56), añora un pasado de cortes y quebradas: "Los nuevos boliches son sitios reducidos, donde el parroquiano no tiene otro remedio que dedicarse a escuchar. Los bailes populares, la gran cantidad de gente, el ruido de los pies sobre la pista, marcando el compás, eran cosas que beneficiaban al intérprete y enriquecían el repertorio tanguero. 

Ahora todo es diferente, sólo el público es igual: cariñoso, efervescente, muy apegado a sus ídolos", apenas se alegra Pichuco Troilo, engarzando en su mano izquierda el enésimo, interminable vaso de whisky. Lo cual no le impide ser la máxima estrella de Caño 14, uno de los más destacados locales de tango que acapara —invariablemente— los favores de los más fanáticos feligreses.

Allí, acalambrado en la barra, dando la espalda al escenario y acordando su voz con los compases arrugados por el bandoneón de Troilo, Roberto Goyeneche (45) secreteó a SIETE DIAS: "Sí, es verdad, los lugares donde se hace tango son muy escasos. Por esa razón —se compadece el exitoso Polaco— muchos cantores y músicos del género se ven obligados a recalar en alguna cantina, donde comparten la atención del público entre un plato de ravioles a la boloñesa o un besugo a la vasca. Ahí, viejo, no se puede cantar: si a un coso se le sube el vino a la cabeza es capaz de tirarte un cacho de provolone en medio de una estrofa. No hay nada que hacerle, el tango es para escucharlo o bailarlo, no para comerlo", digiere Goyeneche.

Más atentos o menos pantagruélicos son los contertulios que desembarcan en Malena al Sur: una de las tanguerías más exclusivas de la city que apenas puede albergar a 60 personas, circunstancia que la convierte en algo así como un club privado. 

En ese boliche todo es delicado y cuidadosamente elegido: desde los mullidos sillones (que le dan un aspecto de living íntimo, familiar) hasta el espectáculo presidido por Lucio Demare, uno de los músicos más cotizados del tango y regente del boliche.

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