domingo, 4 de marzo de 2018

Estoy tan cambiao, no sé más quien soy - Parte 4


Más pragmática que sus compañeros de elenco, la melodiosa Graciela Susana (18, casada, revelación de 1970 del Festival del Tango de La Falda) supone que, de todos modos, "el público que va a escuchar a Rivero, a Rufino o a Goyeneche representa, al margen de la edad, al conjunto de los sectores sociales de Argentina. Como el tango es un fenómeno permanente, la gente se identifica con él: lo cual significa que sigue siendo una música popular", supone Graciela Susana, templando su guitarra y adelantando algunos de los trozos que formarán su repertorio de esa noche.

A pesar de todo, hay quienes no aceptan que las tanguerías, como fenómeno social masivo, sigan aún en vigencia . En verdad, hubo una época en que el cabaret —pues no existían locales que presentaran shows de variedades, como los que actualmente cobijan al tango— era un hito obligado de la noche porteña: hoy pareciera que se va a escuchar el dos por cuatro de la misma manera que se recala en un teatro o en un cine. Antes, es cierto, los espectáculos tangueros eran un acontecimiento especial, vividos por toda la ciudad. Memorables son las veladas protagonizadas por el mitológico pianista Enrique Delfino en el foyer del cine Opera: a esos recitales concurría una muchedumbre compacta, que jamás dejaba de deleitarse con las excentricidades del popular Delfy.

"El cabaret alcanza su máxima difusión en el país coincidentemente con la promulgación dé la Ley Sáenz Peña y la ascensión a la presidencia de don Hipólito Yrigoyen —politiza Benigno Costa Viale (59, cinco hijos), acaudalado parroquiano del suntuoso Michelangelo—. El tango —agrega— es la música de la clase media argentina, adoptada por los otros sectores como puro acto reflejo." Parte de lo afirmado por C.V. parece verdad. Antes, los cafés para hombres solos (como el famoso Iglesias, de Corrientes al 1500) eran la antesala, o el colofón, de escapadas prostibularias; lo mismo que renombrados salones de baile como el de Hansen o el Armenonville: ni a unos ni a otros concurría el pueblo. Fueron la radio y el cine, en manos de la incipiente clase media de la Argentina, quienes divulgaron el tango en forma masiva.

Sin remontarse a épocas tan remotas —o tan polémicas—, uno de los cotizados artistas del show de Michelangelo, el cantor Raúl Lavié (33, tres hijos) insiste en trazar un paralelo entre lo que va de ayer a hoy: "Yo debuté en un cabaret céntrico que se llamaba Maipú Pigalle y que cerró sus puertas allá por el año 1957; entonces, los clientes eran muy diferentes a los que ahora vienen a este sitio: se trataba, por lo general, de viejos noctámbulos, habitués consuetudinarios, que no faltaban un solo día a la milonga. Eran siempre los mismos, noche tras noche, hombres solos o en grupo: jamás, desde luego, se veía una familia".

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