sábado, 3 de marzo de 2018

Estoy tan cambiao, no sé más quien soy - Parte 3

MILONGA CON VARIACIONES

En un altillo de El Viejo Almacén —que oficia de camarín improvisado— hasta las tres sillas chuecas y desvencijadas parecen rescatadas de un tango bohemio, capaz de agigantar las dudosas virtudes de una existencia mistonga. Allí, en las últimas horas de una madrugada, SIETE DIAS convocó —a los efectos de un contrapunto improvisado, informal— a tres exitosos cancionistas para que hablaran sobre un tema que conocen a fondo: el auge de las nuevas tanguerías.

"Los años 40 marcan la época más floreciente del tango —enfatiza Roberto Rufino (49, tres hijos), una de las más duraderas voces de la música popular porteña—. En ese tiempo la gente seguía casi fanáticamente a sus ídolos y verdaderas multitudes llenaban los locales donde se tocaba tango; hoy, aunque parezca mentira, ocurre algo similar: muchos recorren hasta 100 kilómetros para oír y ver a grandes figuras como Troilo o Rivero. 
Es, en especial, gente madura la que compone el público de todos estos boliches del tango. Claro que ya no existen, como antes, los gigantescos bailes populares, poblados con parejas de todas las edades; durante 30 años canté en esas fabulosas milongas y, aunque todo parece resurgir, ahora estamos recluidos en un círculo más pequeño, pero igualmente valioso", se consuela Rufino.

Uno de los mozos del local interrumpe el contrapunto y arrima varias tazas de café, una de las cuales debe ser depositada en el suelo, pues la diminuta mesa desborda de guitarras, potes de cremas limpiadoras y un abracadabrante delirio de ceniceros completamente colmados. Un aire frío se cuela por debajo de la puerta que deja filtrar, también, el murmullo sincopado que proviene del escenario: un marco algo congelado, pero propicio para seguir hablando de milongas variaciones.

"Ocurre que los intérpretes de tango son muchos y los sitios para actuar muy pocos —explica Félix Aldao (32), ganador del concurso Palma de Oro, en los Estados Unidos—; además, el pueblo no viene a estas tanguerías. Los actúales boliches se han convertido en lugares exclusivos para una minoría, donde la copa cuesta 2 mil pesos. Es cierto, sí, que siempre están llenos —reconoce Aldao— pero falta el calor popular de antaño. Quizá precisamente por eso que decía Rufino —es decir, por la desaparición de los bailes populares—, los modernos reductos del tango son un refugio para jóvenes de 25 años para arriba, un sitio para gente más adulta. Es que el tango obliga a pensar, pues es una suerte de filosofía cantada", exagera Aldao.

No parece, sin embargo, faltarle razón: en una minuciosa prospectiva realizada en El Viejo Almacén por un redactor de SIETE DIAS se estableció que el 85 por ciento de los parroquianos acumulaba una edad superior a los 30 años; lo, cual no impedía, con todo, que el clima reinante fuera jovial y bullanguero por momentos.

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