jueves, 15 de febrero de 2018

D'Alessandro - Antonio D'Alessandro me cuenta su historia - Parte 2


«En 1960, Vicente Salerno violinista de Ricardo Tanturi me llama para hacer un cambio, sólo una noche. Pocos días después, Canaro me llamó para decirme que Tanturi me necesitaba para reforzarse y que me permitía esas actuaciones siempre que le respetara a él los horarios, era la época que estaban como vocalistas Horacio Roca y Alberto Guzmán

Así lo hice durante seis años. Fuera de Canaro también actué, entre 1961 y 1967, en la Orquesta Estable de Radio Excelsior, el director era José Rosa, el mismo que supo dirigir la Orquesta Filiberto a la cual me llevó mientras estuvo a su cargo.

«Mi libro Yo fui a Japón con Canaro, en realidad fue un diario pormenorizado que llevé durante esa gira, una forma de recordar a un hombre que sólo hizo bien a la gente. Los muchachos se burlaban de mi afán, decían que eso no servía para nada, era un gusto mío, pero les sirvió a ellos cuando años después se tuvieron que jubilar y el secretario solamente les pudo dar documentación de las actuaciones en radio y teatro, nada más. 

Recuerdo a Minotto Di Cicco, Piscotto y el clarinetista Merico, acercarse mansitos a mí y yo les di el detalle de esa gira y de otras, que figuraban en el diario.

«Canaro hizo mucho por el tango, lo sacó de los arrabales para llevarlo el centro y luego a París, a Norteamérica y a Japón. Fue el único que se animó a sacar dinero de su bolsillo en 1919, para intentar comedias musicales en el teatro, fue en el Variedades de Constitución. Ya a partir de 1932 estaba bien organizado y presentaba casi una por año.

«Me aburrí de escuchar que Canaro compraba la mayoría de sus composiciones, que no le pertenecían. ¡Cuánto lo vilipendiaron! Yo fui testigo como, en cualquier momento sacaba un cuaderno Istonio donde apuntaba una idea musical que se le ocurría repentinamente y, que luego, iba completando. Y casi me atrevo a decirle que eso sucedía hasta un par de veces al día. Canaro fue un hombre diferente, cuando se llega de la nada, de la miseria, al punto que llegó él en cuanto a popularidad, nacen los detractores, los envidiosos.

«Incluso el apodo de Kaiser que le endilgaron —dicen que sus propios hermanos—, por lo cascarrabias, por lo mandón, no era así. Mandaba, claro, y tenía su carácter, pero era todo cáscara. Y le voy a dar un ejemplo:

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