jueves, 15 de febrero de 2018

D'Alessandro - Antonio D'Alessandro me cuenta su historia - Parte 3


«En 1951, Canaro había comprado una casa en noventa y cinco mil pesos, una parte fue en hipoteca por la que debía pagar una cuota muy alta. Yo lo desconocía y un día lo fui a ver, porque yo quería también comprarme una y necesitaba veinte mil pesos. 

Cuando se lo dije quedó unos instantes en silencio y me respondió: «Es mucha plata... pero venga a verme a mi casa». Y allí fui a Tagle 2872. Pasamos a un cuarto y enseguida se dirigió a una caja de hierro, grande, de ella volvió con los fajos de billetes. «Aquí tiene». Le pregunté que firmaba y me dijo: «Nada, con su palabra me basta, y dígale a Ernesto —era su secretario y administrador— que le vaya descontando mensualmente lo que gana conmigo». 
Esto, lo hizo también con Oscar Sabino, con Oscar Bassil, con Alberto Arenas, conGuillermo Rico. Quien así actúa no puede tener un cocodrilo en el bolsillo como decían por alrededor.

«Era un hombre recto y muy profesional. Una vez tocábamos en un club de la avenida Vélez Sarsfield, recién había incorporado a Ricardo Pedevilla, buen muchacho. 

En esa oportunidad este llegó acompañado por una mujer con la cual, en los intervalos, bajaba a la pista y bailaba de una manera muy ostentosa, muy milonguera, como para llamar la atención. Pirincho lo vio y lo llamó: «Mire, el público no viene a verme a mí o al cantor solamente, también a cada componente de la orquesta, todos somos parte del espectáculo, usted debe mantenerse serio, no debe bajar a bailar». Pedevilla le contestó que en los momentos de descanso hacía lo que quería y siguió bailando. 
Al otro día le llegó el telegrama de despido con la indemnización correspondiente.

«Le cuento algo simpático, fue cuando estaba con la estable de Radio Excelsior, lo vi a Walter Ríos, muy joven, que no se desprendía de su bandoneón y lo acariciaba continuamente en los momentos de descanso. 
Me acerqué y le dije que hiciera como el resto de nosotros, que lo dejara en el asiento o arriba del piano y viniera a charlar. No, de ninguna manera, me explicó: «Estaba tocando en un café y en una de esas se aparece Aníbal Troilo con otro señor. 
La gente aplaudió y enseguida comenzaron a pedirle que tocara algo, aceptó y justo se dirigió hacia mí, me pidió el instrumento e hizo un par de piezas. Cuando terminó, al devolvérmelo me dijo: “Pibe, como hacés para tocar con esto. Mirá, mandalo a arreglar que yo te presto uno mío”. Al otro día, de mañana se me aparece un tipo, con un fueye de Pichuco: “Aquí tiene, ¡cuidelo!” Y eso es lo que estoy haciendo».

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