Debido a los graves males que había ocasionado al país el establecimiento de un
puerto único en Buenos Aires, engrandeciendo solamente a la poderosa capital
histórica, el autor propone entre otras soluciones las creación de 4 puertos
mayores (San Nicolás, Santa Fe, Corrientes y Concordia), hasta donde podrían
llegar los barcos de ultramar o, al menos, de cabotaje mayor. La finalidad de
esta creación es la de erigir centros internos de comercialización y
producción, dado que cada uno de esos puertos se convertiría en el receptáculo
de toda la riqueza agropecuaria de vastas zonas del país, y aún de las naciones
limítrofes. La Provincia de Buenos Aires y el sur de Santa Fe volcarían sus
productos en el puerto de San Nicolás. El centro de la República, Córdoba,
Santiago del Estero y Entre Ríos comercializarían su producción a través del
puerto de Santa Fe. Por su parte, Corrientes sería el centro de
comercialización del este boliviano, sur de Brasil y nordeste argentino, y por
último, el puerto de Concordia recibiría la riqueza de toda la zona de
influencia del río Uruguay.
La fijación de estos puntos geográficos no es caprichosa. El autor demuestra
que las provincias del centro de la república ahorrarían 130 leguas de viaje
–entre otras ventajas– si en lugar de transportar sus productos a Buenos Aires
los llevaran directamente a San Nicolás; y las del norte se beneficiarían en
422 leguas si hicieran lo propio con Santa Fe. Demuestra, además, que sería más
fácil la navegación y más ahorrativa si los barcos que vinieran de Europa
entraran directamente por el Paraná Guazú hacia San Nicolás o Santa Fe, puertos
de ultramar, donde la descarga se haría sin ninguna dificultad, en lugar de
tener que fondear en balizas, en pleno Río de la Plata –río plagado de meandros
y bancos– y desde allí trasbordar a barcos de cabotaje toda la mercadería, y
desde éstos, a las carretas, que llegarían finalmente a la costa.
Con la descentralización propuesta, los nuevos puertos se convertirían en
centro de atracción inmigratoria, descongestionando a Buenos Aires y frenando
de a poco su acelerado macrocefalismo. Insiste, así, en canalizar las
corrientes inmigratorias futuras hacia el interior, realizando una política que
mire hacia adentro. De no ser así –advierte –la poderosa metrópoli del Plata
absorberá toda la pujanza económica, política y social del país. Estas medidas
–agrega– romperán el equilibrio existente, que es ficticio, y permitirá el
resurgimiento de otros centros de producción y poblamiento, distintos de Buenos
Aires.
Como consideración final, es de advertir la importancia de este proyecto, que
si fue tratado en los preliminares de la sanción de la Constitución Nacional,
es evidente que debió ceder terreno ante el meduloso proyecto oficial redactado
por el miembro informante doctor Benjamín Gorostiaga.
El proyecto nacional que estudiamos, criollo en toda su médula –a pesar de sus
pinceladas rousseaunianas–, elaborado al margen del modelo norteamericano, fue
sin duda rechazado en las antesalas porque no respondía a la desmesurada
política liberal auspiciada por Alberdi, del «engorde a cualquier precio» –como
sostenía Groussac–, ni propiciaba el anglosajonamiento de la población. Su
política, eminentemente nacional –como sus soluciones–, estaba enderezada a
proteger a los «trece ranchos federales» –como alguien denominó a las
provincias– diseminados a lo largo del desierto. La protección de sus economías
fue su norte, bandera que ya habían sostenido los hombres del litoral en los
preliminares de la firma del Pacto Federal de 1831, y que, desde los albores de
la revolución habían proclamado los caudillos provincianos.
(*) El autor de este artículo (U 1999) fue miembro Titular de la Asociación
Argentina de Derecho Constitucional.
Fuentes:
- Diario La Prensa del 19 de abril de 1978, pág. 6.
- Castagnino Leonardo J.M.de Rosas. La ley y el orden.
- La Gazeta Federal www.lagazeta.com.ar
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