jueves, 16 de marzo de 2017

La locura del Coronel Estomba - Parte 6

Dos horas les dieron para encomendar su alma a Dios. El cura de Matucana los confesó y fue el que los asistió hasta los últimos momentos. Habiendo cumplido con los deberes religiosos del cristiano, Prudán y Millán no cesaron de apostrofar a sus verdugos, y cuando se acercaba la hora del suplicio, dijo Millán al capitán Capilla: 
-Espero que me hará usted el último favor que le voy a pedir: voy a morir por la patria, y quiero que me traigan mi uniforme que tengo en mi maleta. 

Habiéndole traído la casaca y vistiéndose con ella, sacó de entre su xxxx las medallas con que había sido condecorado y, colgándolas al pecho, dijo a sus llorosos compañeros: 
-He combatido por la Independencia desde mi juventud; me he hallado en ocho batallas, he caído prisionero en Ayohuma; he estado siete años encerrado en casamatas y habría estado setenta antes de transigir con la tiranía española, que va a dar una nueva prueba de su ferocidad. Mis compañeros de armas, testigos de este asesinato, algún día lo vengarán, y si ellos no lo pueden hacer, lo hará la posteridad. 


Pocos momentos después se oyó el sordo redoble del tambor. La custodia de los prisioneros se puso sobre las armas, la guardia de capilla los condujo al lugar del suplicio, sobre la ribera del río. Los demás fueron formados de a dos en dos dando frente al río, y Millán y Prudán dando la espalda al pelotón y él frente a sus compañeros. Los ejecutores quisieron vendarles los ojos, pero se resistieron, permaneciendo de pie, con la cabeza erguida en actitud valerosa, prontos a dar su vida por su religión política. 

La escolta del suplicio-preparó sus armas, que traía cargadas, y al tiempo de echárselas a la cara, Millán, que con pelo echado hacia atrás y con el rostro encendido de nobles iras, apostrofaba enérgicamente a sus asesinos, gritó con voz estentórea: “¡¬Compañeros, la venganza les encargo!”

Y abriéndose con furor la casaca, añadió: “¬Al pecho, al pecho. ¬Viva la patria” 
Al sonar la fatal descarga, cayó bañado en su sangre generosa, repitiendo el valiente grito de -¡Viva la patria! Prudán, menos ardiente que su compañero de suplicio, guardaba silencio, ostentando la apacible serenidad y la mansa resignación de un mártir, y murió exclamando también: “¡¬Viva la patria!”


Los verdugos de Prudán y de Millán, no satisfechos con aquel bárbaro crimen, hicieron desfilar a todos los prisioneros por delante de los cadáveres sangrientos de aquellas dos nobles víctimas. 

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