jueves, 16 de marzo de 2017

La locura del Coronel Estomba - Parte 5


El primero de éstos, joven todavía, se llamaba don Juan Antonio Prudán y era natural de Buenos Aires. 
El segundo, de mayor edad, con la frente calva y con una orla de cabellos negros que le circundaban el cráneo, dándole un aspecto imponente, era el capitán don Alejo Millán, hijo de Tucumán. 
Ambos habían hecho casi todas las campañas de la Independencia, especialmente Millán, quien había estado presente en todas las guerras del Alto Perú. Prudán, prisionero en Vilcapugio, había permanecido siete años preso en las casamatas de El Callao, hasta que la expedición del general San Martín a Lima puso fin a su largo cautiverio. 


A pesar de la tranquila resolución de Prudán y Millán, todos exigían que se continuase el sorteo. 

-¡Es inútil! -volvió a repetir Millán-. En prueba de que soy yo el que debe morir, aquí está una carta del coronel Estomba. 
-En el equipaje que viene en mi maleta se encontrará la casaca de Luna -dijo Prudán. 
-No les crean -gritaron los prisioneros. 
-Es cierto -contestaba Prudán. 
-No hay que afligirse -añadía Millán con entereza. ¬Verán morir dos valientes. 
-Es inútil seguir la suerte -dijo entonces con frialdad García Gamba-; habiéndose presentado los dos culpables, serán fusilados. 
Millán, prisionero de los españoles en la batalla de Ayohuma, y que había estado encerrado en las casamatas de El Callao cerca de siete años, dijo entonces: 

-Prefiero la muerte, de cualquier modo que sea, a los tormentos de ser presidiario de los españoles. 
Las dos víctimas predestinadas fueron puestas en capilla, y por una de aquellas coincidencias burlescas que siempre aparecen en las catástrofes, el capitán encargado de custodiarlos llevaba el apellido de Capilla. 

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