miércoles, 15 de marzo de 2017

La locura del Coronel Estomba - Parte 4

García Gamba, que en aquel momento escribía las cedulillas del sorteo a muerte sobre una caja de guerra que le tenía su tambor de órdenes, no oyó, o acaso aparentó no oír, las sentidas palabras del generoso anciano. 
Escritas las cedulillas, eran dobladas por el tambor y arrojadas en el morrión cónico de un sargento del Regimiento de Cantabria, que daba ese día la guardia. Acto continuo se procedió a pasar lista a los prisioneros, que para algunos de ellos iba a ser la última lista de la vida. 

El primero que metió la mano en el morrión que contenía la ciega sentencia de muerte que pesaba sobre aquellas nobles cabezas fue el coronel don José Videla Castillo. Tomó su cédula sin que se le notase agitación en el pulso, la abrió y vio que era blanca, y ningún síntoma de alegría se dibujó en su semblante austero y reposado. 

El coronel Ortega, el mayor Magan, los capitanes Reaño, López y don Pedro José Díaz, tomaron sus cédulas con igual serenidad, imitando el bello ejemplo que les daba su jefe. A todos ellos les tocó blanca. 
Parecía imposible que entre tantas almas tan bien templadas pudiese haber un cobarde, y sin embargo lo hubo. El nombre de ese infame debe elevarse en la picota de la historia para eterno baldón suyo. 

Cuando llegó su turno al mayor Tenorio, su rostro se demudó, y retiró instintivamente la mano, que iba a meter en el morrión fatal, que contenía la vida o la muerte. 


-Yo no tomo cédula -exclamó al fin, después de algunos momentos de vacilación en que no vio por todas partes sino semblantes adustos. 
-Tome usted su suerte como los demás -le ordenó con imperio García Gamba. 
-Que declare primero el señor -dijo Tenorio, señalando a Ramón Lista que estaba a su izquierda -él sabe quiénes son los que protegieron la fuga. 

-¡Yo no sé nada! -interrumpió bruscamente Lista-.Venga la suerte 
-Usted me ha dicho que sabía quiénes eran y no deben pagar los justos por los pecadores. 
-Es usted un infame -le apostrofó Lista-. Si yo he dicho algo a usted será en el seno de la confianza. 
¬A ver, venga mi suerte -añadió metiendo la mano en el morrión fatídico del impasible sargento de Cantabria y sacando una cédula se dispuso a desdoblarla con toda sangre fría. 
En aquel momento salió un joven de entre las filas, y adelantándose cuatro pasos, exclamó con voz vibrante: 
-¡Yo soy uno! 
-¡Yo soy el otro! -dijo inmediatamente otro oficial, que imitó la acción de su compañero. 
-Venga la suerte 
¬-Venga la suerte -gritaron todos al mismo tiempo, a excepción del infame Tenorio. 
-Es inútil -les contestaban aquellos dos grandes corazones que se ofrecían al sacrificio como víctimas propiciatorias de sus compañeros de armas. 

No hay comentarios.:

Publicar un comentario