En uno de sus escritos, Mitre señaló que “San Martín y
Alvear, auxiliados por la habilidad de Monteagudo, fueron por mucho tiempo los
árbitros de la Logia; pero esta buena inteligencia no podía ser de larga
duración.
Los amigos se convirtieron muy luego en dos irreconciliables
enemigos. Diversas causas produjeron este rompimiento. La petulancia juvenil de
Alvear no podía sobrellevar con paciencia el ademán imperioso, la palabra
incisiva y la voluntad de hierro de San Martín, convencido de su superioridad
militar y que apenas notaba los pueriles celos de su competidor”.
Desde la Revolución de Mayo se iban popularizando dos
colores como distintivos de los patriotas del Río de la Plata; el celeste y el
blanco. En febrero de 1812 el Primer Triunvirato aprobó como distintivo de nuestros
soldados una escarapela compuesta con aquellos colores.
El general Belgrano, creador de la idea de distinguir su
causa con el celeste y el blanco, a su vez lo combinó para formar una bandera
nacional. La enarboló por primera vez junto a las baterías del Rosario, en
febrero de 1812. Pero el Primer Triunvirato no aprobó el acto de Belgrano,
ordenándosele guardar la enseña para usarla más adelante. Sabemos que aquella
bandera tenía los colores celeste y blanco, pero no conocemos la distribución
de sus franjas.
El 25 de mayo de 1812 Belgrano se hallaba en la ciudad de
Salta, ocupado en reorganizar el ejército derrotado en Huaqui. Allí
exhibió ese día la bandera celeste y blanca por segunda vez, y la hizo bendecir
por el sacerdote don Juan Ignacio de Gorriti.
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