Cuando Belgrano regresó a Tucumán, en septiembre de 1819, se
encontró con semejante situación. En los cuatro meses que estuvo en esta,
aprovechó para disfrutar momentos con su hija y además, para efectuar un
categórico reconocimiento de su paternidad cosa que se evidencia cuando él
escribe al Cabildo formal nota, solicitando que la cuadra de su propiedad donde
había construido su casa, sea puesta a nombre de su hijita.
Manuela Mónica Rivas, reconocida como una Belgrano por su
padre, con evidente consentimiento de su madre, a punto tal que esta asintió
que se la llevasen a Buenos Aires para que allí la educaran y criaran los
hermanos de Belgrano, el Cura Domingo, Juanita, Carlos y Joaquín.
Ya en Buenos Aires, Manuelita fue presentada en sociedad
como Manuela Belgrano y nunca jamás uso el apellido Rivas, de igual manera que
su madre jamás firmó como “de Rivas”.
El 30 de junio de 1853, Manuela Mónica Belgrano, se casa con
un pariente político: Manuel Vega Belgrano, y de ese matrimonio nacen cuatro
niños, Gregoria Flora y Carlos, Manuel Felix y Maxima Josefa del Corazón de
Jesús, apodada cariñosamente Pepita, la que muere niña.
Gregoria Flora Vega, a la que la familia llamaba Florita, la
nieta del General, se casa con Juan Carlos Belgrano Martínez y de ahí en
delante este linaje, siempre en cada generación, invariablemente hay un Manuel
Belgrano. Hoy por ejemplo, Don Manuel Belgrano que actualmente preside nuestro Instituto
Nacional, tiene un hijo y un nieto que se llaman Manuel Belgrano. Igualmente
Miguel Belgrano, chozno del General, tiene un hijo que también se llama Manuel
Belgrano. Por lo que podemos decir, que Argentina sigue y seguirá acompañada
por Manuel Belgrano.
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