En esta función pública de alta
dirección universitaria, prolongada en el Consejo Superior y en toda su vida
civil, sin descuidar la acción docente y didáctica, Huergo propendió a que la
enseñanza superior mantuviese un profundo sentido espiritual, en que la
dirección de la conducta y la dignidad moral fueran los rumbos permanentes de
la juventud, tratando de conducirla bajo el imperio de su bondad sin reservas,
hacia principios austeros y de renunciamiento que pocas veces se habrán
presentado.
El paso de Huergo por el decanato
se marcó así por dos virtudes, que no a menudo aparecen juntas: un carácter
indomable para mantenerse dentro de la justicia y la verdad y al mismo tiempo
una tolerancia para el error juvenil, como una intolerancia cerrada para la
inconducta deliberada.
Estas virtudes, a las que hay que
agregar su sentido de responsabilidad, honestidad, desinterés personal,
tenacidad y patriotismo caracterizaron su fuerte personalidad a lo largo de su
actuación, como lo reconocieron públicamente sus contemporáneos y sus
ocasionales biógrafos.
Es sabido que Huergo fue uno de
los fundadores de la Sociedad Científica Argentina. Eran entonces estudiantes
del Departamento de Ciencias Exactas de Buenos Aires, los que debían ser
ingenieros distinguidos Justo Dillon y Santiago Barabino, los que bajo el influjo
de aquel maestro italiano Pellegrino Strobel, idearon la constitución de una
entidad, lo cual comunicaron antes que a nadie a Luis A. Huergo quien acogió la
idea con el entusiasmo de sus grandes empresas; a ellos se agregó más tarde
Estanislao Zeballos, también estudiante de ingeniería, y además algunos otros.
Así se instaló el 28 de junio de
1872 la prestigiosa sociedad que fue por cerca de 40 años el único centro -con
la famosa Academia de Córdoba, a la que también perteneció Huergo-científico
del país en el campo de las disciplinas físicas, químicas, matemáticas,
astronómicas y naturales.
Don Luis A. Huergo fue el primer
presidente de la Sociedad en 1872 y consiguió dar a esa tribuna, desde el
primer día, el poderoso impulso que la distinguió durante su existencia.
Volvió a ser presidente en 1878 y
en 1881 y en otros periodos más, e ilustró los “Anales” de la sociedad con
numerosos trabajos dispersos en los centenares de volúmenes, así como en su
sala de conferencias con sus lecciones y discusiones.
Por ello la Sociedad Científica
lo llevó a la categoría de socio honorario, cónclave en el que figuran pocos
nombres, pero todos eminentes, como los de sus predecesores Burmeister, Gould,
Philipi, Rawson, Berg, Balbín, Ameghino, Darwin.
El hoy Centro Argentino de
Ingenieros, fundado en 1895, llamó por segunda vez al ingeniero Huergo a su
presidencia en 1910, pues ese año del centenario de la libertad argentina
debían reunirse en Buenos Aires numerosos hombres de ciencia de fama mundial y
de todos los continentes, por lo que se requería al frente del Centro un
experto excepcional que además era, en ese momento, presidente del Congreso
Científico Internacional Americano, llamado del Centenario.
La presidencia de Huergo tuvo un
brillo singular, apropiado al momento de oro que vivían la Argentina y el
mundo.
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