sábado, 28 de noviembre de 2015

Huergo, Luis A. – Parte 9

En esta función pública de alta dirección universitaria, prolongada en el Consejo Superior y en toda su vida civil, sin descuidar la acción docente y didáctica, Huergo propendió a que la enseñanza superior mantuviese un profundo sentido espiritual, en que la dirección de la conducta y la dignidad moral fueran los rumbos permanentes de la juventud, tratando de conducirla bajo el imperio de su bondad sin reservas, hacia principios austeros y de renunciamiento que pocas veces se habrán presentado.
El paso de Huergo por el decanato se marcó así por dos virtudes, que no a menudo aparecen juntas: un carácter indomable para mantenerse dentro de la justicia y la verdad y al mismo tiempo una tolerancia para el error juvenil, como una intolerancia cerrada para la inconducta deliberada.
Estas virtudes, a las que hay que agregar su sentido de responsabilidad, honestidad, desinterés personal, tenacidad y patriotismo caracterizaron su fuerte personalidad a lo largo de su actuación, como lo reconocieron públicamente sus contemporáneos y sus ocasionales biógrafos.
Es sabido que Huergo fue uno de los fundadores de la Sociedad Científica Argentina. Eran entonces estudiantes del Departamento de Ciencias Exactas de Buenos Aires, los que debían ser ingenieros distinguidos Justo Dillon y Santiago Barabino, los que bajo el influjo de aquel maestro italiano Pellegrino Strobel, idearon la constitución de una entidad, lo cual comunicaron antes que a nadie a Luis A. Huergo quien acogió la idea con el entusiasmo de sus grandes empresas; a ellos se agregó más tarde Estanislao Zeballos, también estudiante de ingeniería, y además algunos otros.
Así se instaló el 28 de junio de 1872 la prestigiosa sociedad que fue por cerca de 40 años el único centro -con la famosa Academia de Córdoba, a la que también perteneció Huergo-científico del país en el campo de las disciplinas físicas, químicas, matemáticas, astronómicas y naturales.
Don Luis A. Huergo fue el primer presidente de la Sociedad en 1872 y consiguió dar a esa tribuna, desde el primer día, el poderoso impulso que la distinguió durante su existencia.
Volvió a ser presidente en 1878 y en 1881 y en otros periodos más, e ilustró los “Anales” de la sociedad con numerosos trabajos dispersos en los centenares de volúmenes, así como en su sala de conferencias con sus lecciones y discusiones.
Por ello la Sociedad Científica lo llevó a la categoría de socio honorario, cónclave en el que figuran pocos nombres, pero todos eminentes, como los de sus predecesores Burmeister, Gould, Philipi, Rawson, Berg, Balbín, Ameghino, Darwin.
El hoy Centro Argentino de Ingenieros, fundado en 1895, llamó por segunda vez al ingeniero Huergo a su presidencia en 1910, pues ese año del centenario de la libertad argentina debían reunirse en Buenos Aires numerosos hombres de ciencia de fama mundial y de todos los continentes, por lo que se requería al frente del Centro un experto excepcional que además era, en ese momento, presidente del Congreso Científico Internacional Americano, llamado del Centenario.

La presidencia de Huergo tuvo un brillo singular, apropiado al momento de oro que vivían la Argentina y el mundo.

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