Y si el yugo no os pesa; si por vuestra situación particular
no sentís la apresión directa del patrón; si, a pesar de todas vuestras
superficiales lamentaciones, no podéis vivir sin el trabajo, por qué no sabéis
cómo ocupar vuestras horas de ocio, y a falta de un trabajo manual, os aburrís
terriblemente; si sabéis aguantar la disciplina cotidiana de la oficina,
respetar los continuos reproches de los capataces imbéciles o malvados,
reventar de trabajo primero, y de hambre después, sin que sintáis las ganas de
abrazar al más odioso de los criminales, de llamarlo hermano y no sentiros
invadir la ternura hacia el oficio de verdugo, vosotros no habéis alcanzado el
grado necesario de sensibilidad para comprender los sufrimientos espirituales y
los motivos sociales que determinan los actos de expropiación individual, -de
aquellos de los cuales yo hablo- y todavía menos tenéis derecho de condenarles.
Porque no sólo el anarquista constata todo lo odioso de un
trabajo bestial, criminal y no pocas veces inútil para el bien suyo y el de la
humanidad; no solamente se ve obligado a participar él mismo en el
mantenimiento de su propia esclavitud, la de sus compañeros y la del pueblo en
general, sino que debe ejecutar este trabajo en una forma y condiciones tan
horribles, tan insoportables y llenas de peligro que su vida se siente
amenazada todos los instantes de la larga jornada; porque su trabajo, ciertos
trabajos que deben efectuar algunas categorías de obreros (y digo “categorías”
porque hay varios obreros que no conocen la bestialidad y el peligro terrible
de ciertos trabajos ejecutados por otros trabajadores), no solamente implican
una verdadera esclavitud, sino que se asemejan a un verdadero suicidio. En el
fondo de las minas, al lado de las máquinas monstruosas, en las infernales
fundiciones, en medio de los productos malsanos, la muerte está siempre en
acecho.
Cuerpos que se vuelven tísicos, pulmones envenenados,
miembros lacerados, cuerpos curvados, ojos privados de la luz eterna, cráneos
aplastados, he ahí lo que los honrados trabajadores, a millares ganan con el
sudado pan. Y ninguna piedad para ellos, ninguna moral, ninguna religión para
conmover al aprovechador que junta sus millones amasados con diarios crímenes
cometidos para obtener un poco más de beneficio, para llevar a sus cajas unos centavos
más.¡Es necesario, por lo tanto, rodearlo de nuestra ternura, vaciar nuestro
depósito lacrimógeno ante la mala fortuna que puede caer sobre la cabeza de
alguno de ellos, por el hecho forzado de alguno de los nuestros! Verdad, es que
debemos mostrarnos buenos, humanos, generosos cuando se trata de respetar la
bolsa o la piel de nuestros enemigos, y buenas bestias cuando nuestros enemigos
nos hacen reventar. ¿De modo qué individualmente, no tenemos el derecho de
tomar en nuestras manos la espada de la justicia sin el consentimiento
colectivo? – ¡No violéis la virginidad de la moral común con vuestros todavía
no santificados pecados! ¡Un poco de paciencia, hermanos míos, que el reino del
Señor vendrá para todos!”Si tenéis hambre, gruñid, pero quietos: nosotros no
estamos todavía prontos. Si se os apalea, rugid, pero no os mováis: tenemos aún
plomo en los pies. Si se os masacra, después de haberos robado, ¡alto ahí!
Volved la cara al ladrón, nosotros os proclamaremos héroes.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario