domingo, 18 de octubre de 2015

El Derecho al Ocio y a la Expropiación Individual – Parte 9


La existencia del hombre con relación al tiempo no es verdaderamente más que un instante fugaz. Si se nos esfuma este instante, si no sabemos extraerle el jugo que en forma de alegría nos puede dar, nuestra existencia es vana y desperdiciamos una vida de cuya pérdida no nos resarcirá la humanidad. Por lo tanto, es hoy cuando debemos vivir, no mañana. 

Es hoy cuando tenemos derecho a nuestra parte de placeres, y lo que hoy perdemos el mañana no nos lo puede restituir: está definitivamente perdido. Por eso es que hoy queremos gozar nuestra parte de bienes, es que hoy deseamos ser felices”.Pero la felicidad no se alcanza en la esclavitud. La felicidad es un don del hombre libre, del hombre dueño de sí mismo, dueño de su destino; es el supremo don del hombre, hombre que se niega a ser bestia de carga, resignada bestia que sufre, produce y está privada de todo.

La felicidad se obtiene en el ocio. También se adquiere con el esfuerzo, pero con el esfuerzo útil, con el esfuerzo que procura mayor bienestar – aquel esfuerzo que acrecienta la variedad de mis adquisiciones, que me eleva, que de verdad me redime. No hay, por lo tanto, felicidad posible para el trabajador que durante toda su vida está ocupado en resolver el terrible problema del hambre. No hay felicidad posible para el paria que no tiene otra preocupación que su trabajo, que no dispone sino del tiempo que dedica al trabajo. 

Su vida es bien triste, bien desoladora, y para poder soportarla arrastrarla, aceptarla sin rebelarse, se precisa, un gran coraje o una gran dosis de cobardía. Del deseo de vivir, de la desesperación íntima y profunda que nos coloca frente a la perspectiva de toda una vida consumida, para beneficio de gente indigna, de la desolación sentida al perder la esperanza en una salvación colectiva durante la fugaz trayectoria de nuestra breve existencia: he ahí de lo que está formada la rebelión individual; he ahí de qué fuegos están alimentados los actos de expropiación individual.
Triste, muy triste, es la vida del trabajador inconsciente; pero, ¡ay de mí!, la vida del anarquista es verdaderamente trágica. Si vosotros nos sentís todos los sufrimientos, toda la desesperación de vuestra trágica situación, permitidme deciros que tenéis piel de conejo y que el yugo no os está tan mal. 

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