Pero si queréis recobrar el dinero sin nuestro
consentimiento, aunque fuese con vuestro único riesgo, no lo hagáis, porque
entonces no seréis más que villanos bandidos. Es la moral, nuestra
moral”.¡Mierda, entonces! Y me será permitido hacer una pregunta, la siguiente:
cuando el capital me roba y me hace morir de hambre, ¿quién es el robado y
quién el que muere de hambre: yo o la colectividad? ¿Yo? Y ¿por qué, entonces,
solamente la colectividad tendrá el derecho de atacar y defenderse?Yo sé que la
acción del expropiador se puede prestar a muchas falsas interpretaciones, a
muchos equívocos. Pero la culpa de todo esto, la responsabilidad por la
falsificación de los motivos éticos, sociales y psicológicos que han
determinado y determinan -en su gran mayoría- los actos individuales de expropiación,
cae principalmente -en gran parte- sobre la mala fe de sus críticos.
No por esto quiero sostener que todos sus críticos son
de mala fe, porque sé muy bien que existe gran parte de compañeros que cree
sinceramente que estos actos son nocivos a los fines inmediatos de nuestra
propaganda. Cuando hablo de mala fe, quiero señalar a aquellos anarquistas tan
sectarios y tan individualófobos, que a cada acto de expropiación empiezan por
llamarlo “robo”, queriendo con esto negar al gesto cualquier base social y
éticamente justificable desde el punto de vista anarquista, para asociarlo y
ponerlo en común con todos aquellos individuos vulgares e inconscientes (en
gran, parte también excusables porque son productos genuinos del presente
sistema social) que hacen el ladrón con la misma indiferencia que harían el
verdugo si esta última profesión les procurase aquello que buscan. Sin embargo,
yo estoy bien lejos de justificar siempre y en todas las circunstancias al
expropiador.
Una cosa que encuentro condenable en cierto número de
expropiadores, es la corrupción a que se entregan cuando un buen golpe les ha
salido bien. En ciertos casos, lo admito, la crítica y la condenación están
bien justificadas, pero a pesar de todo esto, ella no puede llegar más allá de
aquella hecha al buen trabajador que consume su sueldo en borracherías y
prostíbulos, hecho que, desgraciadamente, ocurre todavía y demasiado
frecuentemente entre los nuestros. Ha sido dicho por ciertos críticos
que la apología del acto individual engendra en ciertos anarquistas el
utilitarismo mezquino, una mentalidad estrecha y en contradicción con los
principios de la anarquía, suposición tan antojadiza como decir que cada
anarquista que tenga contacto con elementos no anárquicos, acaba por pensar en
forma antianárquica.
Pero hay una cosa que no quiero olvidarme de decir, y
es la siguiente: siendo la expropiación un medio para substraerse
individualmente a la esclavitud, los riesgos deben ser soportados
individualmente, y los compañeros que practican la expropiación “per se”
pierden todo derecho -aunque exista para las otras actividades anarquistas, y
yo no lo creo- a reclamar la solidaridad de nuestro movimiento cuando caen en desgracia.
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