Establece la retribución parcial, el robo, la injusticia:
consagra, por lo tanto, de hecho, la explotación. El productor no puede aceptar
como base equitativa y justa la retribución parcial. Solamente la posesión
integra puede establecer las bases de la Justicia Social. Por consecuencia,
todo concurso nuestro a la producción capitalista es un consentimiento y una
sumisión a la explotación que se ejerce sobre nosotros. Cada aumento de
producción es un remache más para nuestras cadenas, es agravar nuestra
esclavitud. Más trabajamos para el patrón, más consumimos nuestra existencia,
encaminándonos rápidamente hacia un fin próximo. Más trabajamos, menos tiempo
nos queda para dedicarlo a actividades intelectuales o ideales; menos podemos
gustar la vida, sus bellezas, las satisfacciones que nos puede ofrecer; menos
disfrutamos de las alegrías, los placeres, el amor.
No se puede pedir a un cuerpo cansado y consumido que se
dedique al estudio, que sienta el encanto del arte: poesía, música, pintura, ni
menos que tenga ojos para admirar las infinitas bellezas de la naturaleza. Un
cuerpo exhausto, extenuado por el trabajo, agotado por el hambre y la tisis no
apetece más que dormir y morir. Es una torpe ironía, una befa sangrienta, el
afirmar que un hombre, después de ocho o más horas de un trabajo manual, tenga
todavía en sí fuerzas para divertirse, para gozar en una forma elevada,
espiritual. Sólo posee, después de la abrumadora tarea, la pasividad de embrutecerse,
porque para esto no necesita más que dejarse caer, arrastrar. A pesar de sus
hipócritas cantores, el trabajo, en la presente sociedad, no es sino una
condena y una abyección.
Es una usura, un sacrificio, un suicidio.¿Qué hacer?
Concentrar nuestros esfuerzos para disminuir esta locura colectiva que marcha
hacia el enervamiento. Es preciso poner en guardia al productor en contra de
este fatigoso afán, tan inútil como idiota. Es necesario combatir el trabajo
material, reducirlo al mínimo, volverse vagos mientras vivamos en el sistema
capitalista bajo el cual debemos producir. El ser trabajador honrado,
hoy día, no es ningún honor, es una humillación, una tontería, una vergüenza,
una vileza.
El llamarnos “trabajadores honrados” es tomarnos el pelo, es
burlarse de nosotros, es, después del daño, agregarnos la burla.¡Oh soberbios y
magníficos vagabundos que sabéis vivir al margen de las conformaciones
sociales, yo os saludo! Humillado, admiro vuestra fiereza y vuestro espíritu de
insumisión y reconozco que tenéis mucha razón en gritarnos: “es fácil
acostumbrarse a la esclavitud”.***¡No!, el trabajo no redime, sino que
embrutece. Los bellos cantos a las masas activas, laboriosas, pujantes: los
himnos a los músculos vigorosos: las aladas peroraciones al trabajo que
ennoblece, que eleva, que nos libra de las malas tentaciones y de todos los
vicios, no son más que puras fantasías de gentes que nunca han tomado el
martillo ni el escalpelo, de gentes que nunca han encorvado el lomo sobre un
yunque, que jamás se han ganado el pan con el sudor de su frente.
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