Ya no se tiene necesidad de seres que creen, sino de entes
que fabriquen; ya no existen -¡ay!- artistas, obreros intelectuales; sólo
quedan obreros manuales. No se pone más a prueba nuestra inteligencia; en
cambio, se mira si tenéis buenos músculos, si sois vigorosos. No se mira mucho
lo que sabéis, sino cuánto podréis producir. No sois vosotros los que hacéis
marchar la máquina, es la máquina la que os hace marchar. ¡Y aunque parezca
paradoja! -y no es más que la pura realidad- es también la maquina la que
“piensa” lo que ha de hacerse, quedándoos a vosotros sólo la obligación de
servirla, de hacer lo que ella enseña.
Es ella el cerebro y vosotros el brazo; ella la materia
pensante, creadora y vosotros la materia bruta, autómata: ella, la
individualidad, vosotros la … máquina.¡Horror! Si una sola individualidad se
introdujese en el funcionamiento de la oficina Ford, por ejemplo, ella
destruiría todo el engranaje de la producción.***Los obreros no son más que
presidiarios. O, si os ha de servir de mayor consuelo, soldados acuartelados en
las fábricas.
Todos marchan al mismo paso; todos hacen -a pesar de la variedad
de los objetos- los mismos movimientos. No encontramos ya ninguna satisfacción
en los trabajos que hacemos; no nos apasionamos por ellos, porque nos sentimos
completamente extraños a los mismos. Seis, ocho, diez horas de trabajo, son
seis, ocho, diez horas de sufrimiento, de angustia. No amamos, no, el
trabajo; lo odiamos. No es nuestra liberación, ¡es nuestra condena!
No nos
eleva y libra de los vicios; nos abate físicamente y nos aniquila moralmente
hasta tal extremo que nos deja incapacitados para sustraernos a ellos. Será
necesario realizar estos trabajos, lo sé, pero será siempre de mala gana si se
quiere mantener también mañana el presente sistema por economía de esfuerzos.
Será siempre sufriendo aún cuando la jornada sea reducida a menos horas.
Yo no sé qué piensan los animales de la carga que se les
coloca sobre el lomo; pero lo que si sé decir por lo que observo y por lo que
por mi mismo siento, es que el hombre no ejecuta con alegría, con verdadera
satisfacción, más que los trabajos intelectuales, artísticos. Si al menos no
considerase malgastado e inútil su sacrificio, el hombre se armaría de coraje y
su fatiga le parecería menos amarga, menos dolorosa. Pero cuando observa que
todo su esfuerzo es malgastado, que no es sino el trabajo de Sisifo con
innumerables desastres y sacrificios en cada recaída, entonces el coraje huye
de su corazón y en cada ser consciente, en cada ser sensible y humano, el odio
se enciende en contra de este bárbaro y criminal estado de cosas y la aversión
y la rebeldía en contra del trabajo es inevitable.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario