viernes, 16 de octubre de 2015

El Derecho al Ocio y a la Expropiación Individual – Parte 6


Ya no se tiene necesidad de seres que creen, sino de entes que fabriquen; ya no existen -¡ay!- artistas, obreros intelectuales; sólo quedan obreros manuales. No se pone más a prueba nuestra inteligencia; en cambio, se mira si tenéis buenos músculos, si sois vigorosos. No se mira mucho lo que sabéis, sino cuánto podréis producir. No sois vosotros los que hacéis marchar la máquina, es la máquina la que os hace marchar. ¡Y aunque parezca paradoja! -y no es más que la pura realidad- es también la maquina la que “piensa” lo que ha de hacerse, quedándoos a vosotros sólo la obligación de servirla, de hacer lo que ella enseña.

Es ella el cerebro y vosotros el brazo; ella la materia pensante, creadora y vosotros la materia bruta, autómata: ella, la individualidad, vosotros la … máquina.¡Horror! Si una sola individualidad se introdujese en el funcionamiento de la oficina Ford, por ejemplo, ella destruiría todo el engranaje de la producción.***Los obreros no son más que presidiarios. O, si os ha de servir de mayor consuelo, soldados acuartelados en las fábricas. 

Todos marchan al mismo paso; todos hacen -a pesar de la variedad de los objetos- los mismos movimientos. No encontramos ya ninguna satisfacción en los trabajos que hacemos; no nos apasionamos por ellos, porque nos sentimos completamente extraños a los mismos. Seis, ocho, diez horas de trabajo, son seis, ocho, diez horas de sufrimiento, de angustia. No amamos, no, el trabajo; lo odiamos. No es nuestra liberación, ¡es nuestra condena! 

No nos eleva y libra de los vicios; nos abate físicamente y nos aniquila moralmente hasta tal extremo que nos deja incapacitados para sustraernos a ellos. Será necesario realizar estos trabajos, lo sé, pero será siempre de mala gana si se quiere mantener también mañana el presente sistema por economía de esfuerzos. Será siempre sufriendo aún cuando la jornada sea reducida a menos horas.


Yo no sé qué piensan los animales de la carga que se les coloca sobre el lomo; pero lo que si sé decir por lo que observo y por lo que por mi mismo siento, es que el hombre no ejecuta con alegría, con verdadera satisfacción, más que los trabajos intelectuales, artísticos. Si al menos no considerase malgastado e inútil su sacrificio, el hombre se armaría de coraje y su fatiga le parecería menos amarga, menos dolorosa. Pero cuando observa que todo su esfuerzo es malgastado, que no es sino el trabajo de Sisifo con innumerables desastres y sacrificios en cada recaída, entonces el coraje huye de su corazón y en cada ser consciente, en cada ser sensible y humano, el odio se enciende en contra de este bárbaro y criminal estado de cosas y la aversión y la rebeldía en contra del trabajo es inevitable.

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