Viajaremos en el tiempo desde el siglo XIX hasta nuestros
días en el espacio de dos cuadras de la calle Lavalle: desde Pellegrini hasta
Esmeralda.
Y como las cosas no fueron como parecen, antes de viajar doscientos años, lo
primero será considerar el nombre de las calles para entender el espíritu de la
época. La calle Lavalle o la del valle, que sugiere apacibles paisajes de
sierras o montañas, debe en realidad su nombre al general Juan Galo Lavalle, un
granadero de San Martín y guerrero de por vida, que peleó en las guerras de la
Independencia y después en las guerras de la “Dependencia”, entre unitarios y
federales. Hasta que lo mataron en Jujuy, y su tropa debió llevar el cadáver a
Bolivia para que no lo mutilaran los enemigos.
Había entonces la costumbre de
transportar las cabezas de los vencidos en maletines o enarboladas en lanzas,
para amedrentar y afirmar el triunfo.
Antes de llamarse Lavalle, la calle se llamó Parque. Aquí sí parecería haber una intención bucólica y solaz de los vecinos, al bautizar la calle como un lugar arbolado propicio para el esparcimiento. Sin embargo, tampoco fue la intención. La calle se llamó Parque, porque conducía al Parque de Infantería y Fábrica de Armas -ubicado en la manzana ocupada hoy por el Palacio de los Tribunales- que suministró la artillería a los ejércitos emancipadores del Norte y de los Andes. La calle Suipacha -que está entre Pellegrini y Esmeralda- alude a la batalla de Suipacha, librada por el ejército del Norte contra los realistas en 1810. Y la calle Esmeralda, que sugiere la alegría cristalina de la joya, le debe su nombre a la fragata española apresada en el puerto de Callao en 1820, acción muy festejada en Buenos Aires, que coincide con el fin del poderío naval español en el Pacífico.
Como podrá apreciarse, los porteños de principios del siglo XIX estaban más
interesados por las ideas libertarias, el romanticismo revolucionario y la
guerra intestina, que por la introspección y el romanticismo estético.
En 1810 la ciudad de Buenos Aires terminaba hacia el
oeste en la actual calle Pellegrini, más allá empezaba el Suburbio: las casas
espaciadas, el Parque de Infantería, los cercos de pita, las quintas, los
tunales, el campo. A diferencia con el Suburbio, la Ciudad tiene veredas para
proteger al caminante de las calles anegadas por la descarga pluvial y del
tránsito de jinetes, carros y carretas. Año 1818. La Ciudad y el Suburbio
alojan 40000 habitantes. La calle Lavalle es de tierra, las veredas son de
ladrillo y de distintas alturas, según la pendiente de la calle. En la esquina
con Suipacha, las veredas tienen noventa centímetros de ancho y un metro de
altura. Hay árboles en los interiores de manzana. Las casas son de adobe o de
ladrillo y teja, con una planta y pocos ornamentos: algunas puertas labradas o
las rejas de las ventanas, que a veces obstruyen el paso del caminante por la
altura de las veredas.
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