Ya en 1855 se produce la inauguración del Muelle
de Pasajeros en el entonces denominado Bajo de La Merced, entre las actuales
calles Bartolomé Mitre y Juan Domingo Perón. En este muelle atracaban los
lanchones de alije y transbordo desembarcando el pasaje con toda comodidad.
Era tan notorio el auge alcanzado
por el Puerto de Buenos Aires que las autoridades nacionales construyeron
dentro del área portuaria el edificio destinado a la Aduana, encargada a la
sazón de las operaciones de manipuleo y almacenaje de mercaderías. El
emplazamiento de esta llamada Aduana Nueva fue frente a la Plaza de Mayo,
detrás del viejo fuerte. Desde el centro del edificio semicircular se
proyectaba un espigón de madera, utilizado como muelle principal de pasajeros y
carga, equipado con vías ferroviarias de trocha pequeña para el movimiento de
zorras de transporte de carga entre el muelle y los almacenes, obra completada
posteriormente con depósitos adicionales ubicados sobre la calle Victoria (hoy
Hipólito Yrigoyen) y rampas en curvas que unían la Plaza de Mayo con el Paseo
de Julio.
En el último tercio del siglo
pasado (1872) se construyó desde la costa de la
barranca hacia el río donde hoy se halla el espejo de agua del apostadero, el
muelle de “Las Catalinas”, llamado así porque se hallaba al frente de la
Iglesia y Convento de Santa Catalina de Siena. El muelle se internaba 500 metros en el
río y una línea ferroviaria circulaba por él, para la carga y descarga
directas, rumbo a los depósitos que se hallaban en la costa. Ese fue uno
de los muelles que sirvió de desembarcadero a los buques de inmigrantes durante
las dos décadas inmediatamente anteriores a la construcción del “Puerto
Madero”.
En 1875, ante el ímpetu tomado por
el país en los últimos años se piensa ya seriamente en convertir el vetusto
puerto porteño en algo más apto para la recepción
y el envío de pasajeros y productos. Se preparan estudios referentes a
canalización y muelles. Las existencias de ganado bovino y ovino están listas
para servir a la economía del país, y los envíos de carnes incentivan a los
productores. Buenos Aires asombra por la elegancia de su gente, y los paseos vespertinos
“tienen esplendor” para un riguroso inglés.
Hacia 1880 el Puerto
de Buenos Aires contaba con
tres espigones: uno de aduana para carga y descarga de mercaderías; el segundo
en el Bajo de La Merced destinado al embarque y desembarque de pasajeros y el
tercero, de Las Catalinas, también para pasajeros, desembarcándolos desde
lanchones a carretas tiradas por caballos que operaban alrededor del viejo
Hotel de Inmigrantes. En rigor de verdad, más que de muelles se trataba de
escolleras que sólo brindaban comodidad a barcos pequeños o medianos, en tanto
que los de gran calado debían anclar a buena distancia de la costa.
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