sábado, 9 de mayo de 2015

El puerto de Buenos Aires – Parte 8


Ya en 1855 se produce la inauguración del Muelle de Pasajeros en el entonces denominado Bajo de La Merced, entre las actuales calles Bartolomé Mitre y Juan Domingo Perón. En este muelle atracaban los lanchones de alije y transbordo desembarcando el pasaje con toda comodidad.

Era tan notorio el auge alcanzado por el Puerto de Buenos Aires que las autoridades nacionales construyeron dentro del área portuaria el edificio destinado a la Aduana, encargada a la sazón de las operaciones de manipuleo y almacenaje de mercaderías. El emplazamiento de esta llamada Aduana Nueva fue frente a la Plaza de Mayo, detrás del viejo fuerte. Desde el centro del edificio semicircular se proyectaba un espigón de madera, utilizado como muelle principal de pasajeros y carga, equipado con vías ferroviarias de trocha pequeña para el movimiento de zorras de transporte de carga entre el muelle y los almacenes, obra completada posteriormente con depósitos adicionales ubicados sobre la calle Victoria (hoy Hipólito Yrigoyen) y rampas en curvas que unían la Plaza de Mayo con el Paseo de Julio.

En el último tercio del siglo pasado (1872) se construyó desde la costa de la barranca hacia el río donde hoy se halla el espejo de agua del apostadero, el muelle de “Las Catalinas”, llamado así porque se hallaba al frente de la Iglesia y Convento de Santa Catalina de Siena.  El muelle se internaba 500 metros en el río  y una línea ferroviaria circulaba por él, para la carga y descarga directas, rumbo a los depósitos que se hallaban en la costa.  Ese fue uno de los muelles que sirvió de desembarcadero a los buques de inmigrantes durante las dos décadas inmediatamente anteriores a la construcción del “Puerto Madero”.

En 1875, ante el ímpetu tomado por el país en los últimos años se piensa ya seriamente en convertir el vetusto puerto porteño en algo más apto para la recepción y el envío de pasajeros y productos. Se preparan estudios referentes a canalización y muelles. Las existencias de ganado bovino y ovino están listas para servir a la economía del país, y los envíos de carnes incentivan a los productores. Buenos Aires asombra por la elegancia de su gente, y los paseos vespertinos “tienen esplendor” para un riguroso inglés.


Hacia 1880 el Puerto de Buenos Aires contaba con tres espigones: uno de aduana para carga y descarga de mercaderías; el segundo en el Bajo de La Merced destinado al embarque y desembarque de pasajeros y el tercero, de Las Catalinas, también para pasajeros, desembarcándolos desde lanchones a carretas tiradas por caballos que operaban alrededor del viejo Hotel de Inmigrantes. En rigor de verdad, más que de muelles se trataba de escolleras que sólo brindaban comodidad a barcos pequeños o medianos, en tanto que los de gran calado debían anclar a buena distancia de la costa.

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