También por esos tiempos su poderosa intelectualidad se
convirtió en faro desde la cátedra de Teología en la Universidad de El Salvador
y desde las que dictaba en las facultades de Ciencias Económicas, de Derecho y
de Ciencias Políticas.
El compromiso con los pobres que asumió el Movimiento de Sacerdotes para el
Tercer Mundo, entretanto, chocaba de frente con la prohibición estricta de
manifestarse políticamente, decidida por el arzobispo coadjutor de Buenos
Aires, Juan Carlos Aramburu, decidido más que nunca a mantener a la iglesia
alineada con el poder. Por supuesto que Aramburu jamás se opuso a las efusiones
ideológicas de los curas que tomaban el té en las mansiones de San Isidro o de
Barrio Norte, incluido él mismo. Desde su retiro, el antiguo prelado amigo del
poder ve pasar sus días en una opulenta mansión de la calle La Pampa, cercana a
las de sus amigos de la Avenida Melián, ostentadores de una riqueza que habita
muy lejos de la gente que fue el motivo de los desvelos del padre Mugica.
Pero aquellos años exigían definiciones. La violencia que ejercía la dictadura
se tornaba más indecente a medida que su poder era cuestionado con más decisión
por las organizaciones populares, que tampoco desistían de utilizar la
violencia revolucionaria. Uno de los amigos más cercanos de Mugica, el padre
Alberto Carbone, fue encarcelado tras la muerte del ex dictador Pedro Eugenio
Aramburu a manos de la organización peronista Montoneros.
La apasionada defensa de su amigo, su antigua cercanía con
los fundadores de la mítica organización guerrillera y su actitud frente a la
violencia popular que, al negarse a condenarla, la dictadura consideró
"poco clara", provocaron también su encarcelamiento.
Los periódicos "La Razón" y "La Nueva
Provincia" cuestionaron con dureza a Mugica por su "justificación de
la violencia que se ha desatado en el país". Claro, que para esos
personeros de oscuros intereses no habían existido ni la Semana Trágica, ni los
bombardeos de Plaza de Mayo, ni la furiosa represión del Plan Conintes, ni
nada. La violencia la habían desatado –en su particular concepción- los
peronistas, que hasta ese tiempo sólo habían sufrido represión, humillación y
muerte.
Las homilías del padre Mugica y de todos los sacerdotes del MSTM eran grabadas
por los servicios, colocándolos casi en una situación de blancos móviles.
Aramburu –el arzobispo- le propuso varias veces a Mugica que abandonara el
sacerdocio. Mugica rechazó el ofrecimiento, aunque esta situación lo angustiaba
fuertemente. "Espero, en Dios, no verme forzado jamás a abandonar el
sacerdocio, aunque deba resistir infinitas presiones", definió alguna vez,
con la claridad de siempre.
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