De todos modos, comenzaron a tomar cuerpo otras
preocupaciones para el sacerdote: una noche, ante algunos colaboradores del
Barrio Comunicaciones, manifestó que "López Rega me va a matar". Pero
por esos días le había dicho a un periodista que "no tengo miedo de morir.
De lo único que tengo miedo es de que el arzobispo me eche de la Iglesia"Tras la asunción de gobierno popular, el 25 de mayo de 1973,
Mugica aceptó un cargo –no rentado- de asesor del Ministerio de Bienestar
Social, aunque luego se desvinculó de él por sus discrepancias con el ministro
José López Rega, que luego tendría el dudoso honor de ser el fundador de la no
menos dudosamente célebre "Triple A". La explicación de Mugica fue
sabiamente sencilla: "no había comunicación entre el ministerio y los
villeros".
En 1974 apareció el disco "Misa para el Tercer
Mundo", en el que el Grupo Vocal Argentino cantaba –sobre textos escritos
por el propio Mugica– ritmos argentinos, africanos y asiáticos. Como premio,
tiempo después, un hombre poco afecto al arte y a la generosidad, el ministro
del interior de Isabel Perón Alfredo Rocamora, mandó destruir miles de
ejemplares de esa obra.
Las amenazas de muerte se multiplicaban sobre la humanidad
de Mugica. La revista seudoperonista, "El Caudillo", se preguntaba
–con una sorna no exenta de estupidez– si "está al servicio de los pobres
o tiene a los pobres a su servicio", a la vez que lo acusaba –con la misma
supina estupidez– de "bolche".
El 11 de mayo de 1974,
el padre Carlos Mugica cumplió con algunas de sus rutinas habituales. A las
ocho y cuarto de la noche, después de celebrar misa en la iglesia de San
Francisco Solano –situada en la calle Zelada 4771, en el barrio de Villa Luro–,
se disponía a subir a su humilde Renault 4-L, cuando un triste personaje –en el
que algunos testigos creyeron reconocer al comisario Rodolfo Eduardo Almirón,
el jefe de la "Triple A" lopezrreguista– bajó de un auto y le pegó
cinco tiros en el abdomen y en el pulmón. El tiro de gracia se lo dio en la
espalda. Una manera infame de acabar con la vida de un hombre digno, que
siempre respetó antes que nada su mandato interior, ese que nacía de su pueblo
y que se prolongaba luego en su propia voz.
El sacerdote fue enterrado posteriormente en el cementerio de Recoleta, hasta
que en 1999, en un acto de justicia, sus restos fueron trasladados a la
Parroquia Cristo Obrero, en el Barrio Comunicaciones, donde amó y fue amado sin
condiciones, que hoy –tiempos crueles- es conocido como la Villa 31.
Desde entonces, Mugica, para contradecir a sus asesinos, habita en un
territorio del que jamás será desalojado: el corazón de su pueblo. Un lugar que
comparte con muy pocos, entre los que pueden contarse sus amados Juan Domingo
Perón, la abanderada de los humildes, Evita y el también mártir obispo de La
Rioja, monseñor Enrique Angelelli.
Por Horacio Ríos
Fuente: Diario de Cartas | www.elortiba.org
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