sábado, 10 de mayo de 2014

Padre Carlos Mugica, semblanza de un cura como pocos – Parte 3



El año 1968 fue decisivo en la vida del padre Mugica. Viajó a Francia para estudiar Epistemología y Comunicación Social; profundizó su amistad con el padre Rolando Concatti –uno de los fundadores del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo- y viajó a Madrid, donde conoció al General Juan Domingo Perón.

Estando en París se enteró de la fundación del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo. Inmediatamente, con la presteza de los que saben que han encontrado su destino, adhirió a él. También comenzó a colaborar con el Equipo Intervillas que creó en ese año decisivo el padre Jorge Goñi.

Al volver de la capital francesa se encontró con que el padre Julio Triviño –un cura situado ideológicamente en sus antípodas- lo había reemplazado como capellán de las monjas del Colegio Malinkrodt. Claro que el cambio que habían decidido las monjas no era inocente ni casual. Triviño, un conspicuo representante de la línea conservadora de la iglesia argentina era también, para que no estuviera ausente la coherencia, capellán castrense.



Lejos estaba ya Mugica de aquel joven sacerdote de buena cuna que hollaba los pasillos de la Curia, y que daba los primeros pasos de una brillante carrera eclesiástica. De habérselo propuesto, posiblemente hoy existiría en la nómina de la iglesia algún obispo o cardenal llamado Carlos Mugica, que entregaría su anillo a los fieles para ser besado y que luego pontificarían contra el peronismo. El destino comenzaba a alcanzar a Mugica. Los padres asuncionistas, que estaban a cargo de la parroquia de San Martín de Tours –otra de las iglesias en las que se refugiaban los ideólogos de todas las dictaduras pasadas y futuras-, habían decidido abrir una capilla en la villa de Retiro y le ofrecieron al joven sacerdote que se hiciera cargo de ese trabajo, que aceptó alborozadamente.


En el Barrio Comunicaciones levantó la parroquia Cristo Obrero, en la que ejerció su compromiso hasta el día de su asesinato. Al mismo tiempo, colaboraba con su gran amigo, el padre Jorge Vernazza, como vicario de la parroquia San Francisco Solano.

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