V
Las Ideas de Nación, de Patria y de Pueblo, palabras y
conceptos que invoca reiteradamente en sus escritos, tienen particulares
connotaciones en el pensamiento y en la acción política de Yrigoyen. Su léxico
ha sido motivo de apreciaciones generalmente peyorativas, vinculadas a su
construcción muchas veces basada en neologismos, a un presunto significado
oscuro. Todavía no ha sido trabajado un estudio más penetrante, objetivo y
abarcador, siendo, como lo es el lenguaje irigoyeneano, de ricas y creativas
posibilidades interpretativas.
Yrigoyen era un hombre político, no un académico de la
filosofía, aunque había ejercido la cátedra en el Colegio Normal de Buenos
Aires por casi diez años. Sin embargo, pocas veces en la historia se encuentra
una conjugación tan trascendente y armoniosa entre teoría política, conducta
ética existencial, y praxis en la vida pública.
Por lo cual, los textos yrigoyeneanos deben ser interpretados
no sólo en sí mismos, sino en su activa concreción política, en la práctica de
jefe revolucionario, fundador y conductor de un partido político y de un
movimiento popular, y como ejecutor de una profunda transformación democrática
y modernizadora en la vida Argentina desde la Presidencia de la República.
El pensamiento de Irigoyen tiene una primera raíz axial en
las concepciones emancipadoras de Mayo, y por lo tanto, en las concepciones de
liberalismo racionalista y emancipador de la Revolución Francesa y,
secundariamente, en las ideas de la Soberanía popular de la Escolástica
Española de Francisco Suárez, del Siglo XVI, que formó parte de la
argumentación de los patriotas independentistas en los debates originales del
22 de mayo de 1810. Tengo para mí, que aquella recurrencia a la tradición
escolástica tenía carácter retórico circunstancial, porque respondía a una
eficiencia argumentadora y a una táctica: la de usar elementos ideológicos en
una discusión que el adversario no puede sino admitir, porque los comparte. En
ese mismo orden, son notables las influencias en los textos yrigoyeneanos, de
Esteban Echeverría y por su medio, del nacionalismo romántico de Giácomo
Manzini.
El segundo eje notable en el pensamiento de Yrigoyen está
conformado por el racionalismo armónico del Krausismo y sus epígonos de
socialismo liberal de España y Bélgica, al que ya hicimos referencia. El
Krausismo es en sí mismo una suerte de sincretismo ecléctico, con algunas
connotaciones muy originales: encontramos allí fuentes kantianas y rasgos del
espiritualismo de la Naturaleza de Schelling.
Y un tercer eje, lateral y parcialmente incidente, está
referido al solidarismo social y otras corrientes radicales y social demócratas
de la llamada “edad de oro” de la III República Francesa. Estas influencias en
el pensamiento de Yrigoyen, especialmente notables en el Derecho del Trabajo y
en la política educativa, a través de figuras como L. Bourgeois, Philippe
Berthelot y Charles Guide, han sido aun poco estudiadas, pero en su momento fueron
reconocidas por los legisladores radicales en 1922 y en 1928. Cabe agregar,
finalmente, que en los tres ejes señalados, está presente la Francmasonería, a
la que Yrigoyen perteneció.
En el marco de las concepciones filosóficas, el término
compuesto “identidad nacional” no es utilizado por Yrigoyen. Alguna vez usó la
expresión “nativa solidaridad nacional”, al referirse al movimiento que
implicaba la Unión Cívica Radical, “una solemne y vasta connotación rimada por
definiciones siempre armónicas, comprendida por el sentimiento argentino como
el más impositivo mandato patriótico de su nativa solidaridad nacional” como
afirma en el Mensaje de Apertura del Congreso Nacional, el 16 de mayo de 1919
(DHY, Pág.185). Esa caracterización ontológica del espíritu nacional está en el
trasfondo de su concepto de Nación, de Patria y de Pueblo, a los que recurre
sin mayores distinciones.
Es cierto que las tres palabras conforman la trilogía
conceptual básica del pensamiento político, puntos centrales en torno a los que
gira la evolución y transformación de la ciencia política; pero Yrigoyen les da
connotaciones imprevistas, una sinceridad y grandeza que hasta entonces no
habían sido expresadas por el positivismo imperante en las clases dirigentes
del Régimen.
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