IV
Para Yrigoyen la Política es Etica, y la Etica es Política:
la simbiosis es absoluta, y por lo tanto no se plantea la contradicción
teoría-praxis, o, en términos de Max Weber; una ética de las ideas en
contraposición a una ética de las responsabilidades. La ética yrigoyeneana, por
otra parte, es de índole social, emanada naturalmente de una moralidad
individual, a la que trasciende. Por eso Yrigoyen, al anunciar la pérdida de su
propia autonomía, la sublima en función de una liberación colectiva. Pero no se
trata de exigir a todos esa renuncia: la idea de semejante sacrificio es un
deber del dirigente, que asume esa obligación apostolar y de quienes lo
acompañan en la Unión Cívica Radical. En periodos revolucionarios, la
intransigencia es una disciplina severa, que obliga a quienes participan y se
comprometen con la acción revolucionaria de la “Causa” contra el “Régimen”. Es
muy difícil ser radical, advierte Yrigoyen a sus correligionarios.
La Causa y el Régimen: he ahí una dualidad conceptual que es
central en la política yrigoyeneana. Proviene de la visión romántica que
atraviesa desde las luchas independentistas, todo el siglo XIX en la política
argentina. Revolución o quedantismo, independencia o colonia, unidad
centralista y federalismo descentralizador, institucionalidad democrática o
autoritarismo oligárquico, son los términos de las tensiones entre las dos
argentinas, una dicotomía de exclusiones y enfrentamientos.
Yrigoyen opta, en esa interpretación de nuestra historia a
fines del siglo XIX por la idea de la revolución democrática de las
instituciones propias del Estado de Derecho; por el igualitarismo contra el
privilegio, por la personería de la Nación frente a la dependencia
internacional. La reparación de una Argentina verdadera, degradada
circunstancialmente en sus concepciones morales y en su deformación
institucional, conlleva el reemplazo del Régimen, “falaz y descreído, por un
orden de cosas enteramente nuevo”. Será el logro de la Nación soberana en lo
interior y en lo exterior. Los componentes del régimen -“una descomposición de
mercaderes donde nada se agita por ideal alguno de propósito saludable sino por
móviles siempre menguados” (Carta al Dr. Pedro C. Molina -preliminares de la
polémica- DHY, pág. 67)- podrán retardar su caída, “imponiendo cada vez más
sacrificios, pero al fin se precipitaran obedeciendo a una lógica de la
historia ineludible” (Primera Carta... DHY pág. 82.). Porque sus bases son
absolutamente falsas y atentatorias, así fatalmente caerá. Por eso, la Causa
tiene una razón y un destino revolucionario: “Ningún esfuerzo bien dirigido y
encaminado, ha dejado de ser fructífero, y siempre ha dado al hombre y a las
sociedades mayor conciencia de sí mismos” (DHY, pág. 83).
Hay en esta hermenéutica de la realidad argentina un cierto
optimismo panteísta, un regeneracionismo histórico que la conduce y alimenta.
Partiendo de las fuentes raigales, en búsqueda de lo profundo, de lo inmutable,
el retorno de las fuerzas populares y nacionales a las luchas políticas implica
mucho más que la restauración constitucional, cuyo formalismo decía el régimen
oligárquico cumplimentar. La que se incorpora a la lucha política en la
reivindicación radical, es, en cambio, una renovación ética fundamental, un
espíritu nuevo, una nueva vida, que va más allá del restablecimiento de las
ideas primordiales de 1810: es la realización plena de la personalidad
argentina a través de un movimiento colectivo de liberación.
La Unión Cívica Radical era el partido que
representaba ese movimiento. Dice Yrigoyen, que es “numen y fuente originaria,
surgida para cumplir sacrosantos deberes, y asumió todas las pruebas, como la
entidad simbólica que fijó su ruta marcando modalidades antagónicas
irreductibles entre épocas y tendencias”( Memorial a la Corte Suprema de
Justicia, escrita desde la Isla Martín García, donde estaba preso, en agosto de
1931, DHY, pág. 470-471). Por eso, afirma en el mismo escrito, la Unión Cívica Radical
así por sus majestuosas enseñanzas, la religión cívica de la Nación adonde las
generaciones sucesivas puedan acudir en busca de nobles inspiraciones”
(DHY.Pág. 474) y su causa es la de la Nación misma, y su representación la del
Poder Público que sólo lo es cuando está encuadrado en el Estado de Derecho, el
de la Constitución y la ley.
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