lunes, 7 de abril de 2014

"Hipólito Yrigoyen ante la condición humana" – Parte 4



IV
Para Yrigoyen la Política es Etica, y la Etica es Política: la simbiosis es absoluta, y por lo tanto no se plantea la contradicción teoría-praxis, o, en términos de Max Weber; una ética de las ideas en contraposición a una ética de las responsabilidades. La ética yrigoyeneana, por otra parte, es de índole social, emanada naturalmente de una moralidad individual, a la que trasciende. Por eso Yrigoyen, al anunciar la pérdida de su propia autonomía, la sublima en función de una liberación colectiva. Pero no se trata de exigir a todos esa renuncia: la idea de semejante sacrificio es un deber del dirigente, que asume esa obligación apostolar y de quienes lo acompañan en la Unión Cívica Radical. En periodos revolucionarios, la intransigencia es una disciplina severa, que obliga a quienes participan y se comprometen con la acción revolucionaria de la “Causa” contra el “Régimen”. Es muy difícil ser radical, advierte Yrigoyen a sus correligionarios.
La Causa y el Régimen: he ahí una dualidad conceptual que es central en la política yrigoyeneana. Proviene de la visión romántica que atraviesa desde las luchas independentistas, todo el siglo XIX en la política argentina. Revolución o quedantismo, independencia o colonia, unidad centralista y federalismo descentralizador, institucionalidad democrática o autoritarismo oligárquico, son los términos de las tensiones entre las dos argentinas, una dicotomía de exclusiones y enfrentamientos.

Yrigoyen opta, en esa interpretación de nuestra historia a fines del siglo XIX por la idea de la revolución democrática de las instituciones propias del Estado de Derecho; por el igualitarismo contra el privilegio, por la personería de la Nación frente a la dependencia internacional. La reparación de una Argentina verdadera, degradada circunstancialmente en sus concepciones morales y en su deformación institucional, conlleva el reemplazo del Régimen, “falaz y descreído, por un orden de cosas enteramente nuevo”. Será el logro de la Nación soberana en lo interior y en lo exterior. Los componentes del régimen -“una descomposición de mercaderes donde nada se agita por ideal alguno de propósito saludable sino por móviles siempre menguados” (Carta al Dr. Pedro C. Molina -preliminares de la polémica- DHY, pág. 67)- podrán retardar su caída, “imponiendo cada vez más sacrificios, pero al fin se precipitaran obedeciendo a una lógica de la historia ineludible” (Primera Carta... DHY pág. 82.). Porque sus bases son absolutamente falsas y atentatorias, así fatalmente caerá. Por eso, la Causa tiene una razón y un destino revolucionario: “Ningún esfuerzo bien dirigido y encaminado, ha dejado de ser fructífero, y siempre ha dado al hombre y a las sociedades mayor conciencia de sí mismos” (DHY, pág. 83).

Hay en esta hermenéutica de la realidad argentina un cierto optimismo panteísta, un regeneracionismo histórico que la conduce y alimenta. Partiendo de las fuentes raigales, en búsqueda de lo profundo, de lo inmutable, el retorno de las fuerzas populares y nacionales a las luchas políticas implica mucho más que la restauración constitucional, cuyo formalismo decía el régimen oligárquico cumplimentar. La que se incorpora a la lucha política en la reivindicación radical, es, en cambio, una renovación ética fundamental, un espíritu nuevo, una nueva vida, que va más allá del restablecimiento de las ideas primordiales de 1810: es la realización plena de la personalidad argentina a través de un movimiento colectivo de liberación.

La Unión Cívica Radical era el partido que representaba ese movimiento. Dice Yrigoyen, que es “numen y fuente originaria, surgida para cumplir sacrosantos deberes, y asumió todas las pruebas, como la entidad simbólica que fijó su ruta marcando modalidades antagónicas irreductibles entre épocas y tendencias”( Memorial a la Corte Suprema de Justicia, escrita desde la Isla Martín García, donde estaba preso, en agosto de 1931, DHY, pág. 470-471). Por eso, afirma en el mismo escrito, la Unión Cívica Radical así por sus majestuosas enseñanzas, la religión cívica de la Nación adonde las generaciones sucesivas puedan acudir en busca de nobles inspiraciones” (DHY.Pág. 474) y su causa es la de la Nación misma, y su representación la del Poder Público que sólo lo es cuando está encuadrado en el Estado de Derecho, el de la Constitución y la ley.

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