domingo, 6 de abril de 2014

"Hipólito Yrigoyen ante la condición humana" – Parte 2



II
Desde el punto de vista de la historia de las ideas políticas y de la filosofía social en Latinoamérica, Yrigoyen es el político krausista por excelencia y el ejemplo más característico de esa corriente reformista y democrática. Su pensamiento y los modos de su conducta pública y privada, su personalidad y, en fin, su estilo humano, tienen los rasgos, en forma y sustancia, del krausismo como filosofía ética y modalidad de vida, tal cual se desenvolvió en la España del Siglo XIX. “Los krausistas vestían sobriamente, por lo común de negro, y componían el semblante, pareciendo impasible y severo; caminando con aire ensimismado, cultivaban la taciturnidad; y cuando hablaban, lo hacían con voz queda y pausada, sazonando sus frases con expresiones sentenciosas, a menudo obscuras; rehuían las diversiones frívolas y frecuentaban poco los cafés y los teatros” escribe José López Morillas (El krausismo español, pág. 54-55). 

Pero más allá de estos rasgos exteriores, que parecen pintar la figura del “Peludo”, como lo llamaban a Yrigoyen sus contemporáneos, el krausismo fue sobre todo, dice el mismo López Morillas en el libro citado, un “estilo de vida, una cierta manera de preocuparse por la vida y ocuparse de ella, de pensarla y de vivirla” (pág. 208).

Pero la gran vocación de Yrigoyen no es la contemplación filosófica, la escritura de tratados o ensayos, ni la ensoñación teórica alejada de la vida real. Es la política, como pensamiento conducente, y sobre todo la política como práctica. Ese proyecto político, que lo absorbe durante toda su trayectoria vital, no se limita ni se guía para adquirir, acrecentar o permanecer en el “poder” - palabra excluida del lenguaje yrigoyeneano-. Se funda, en todo caso, en una suerte de panteísmo democrático participativo, en la que el pueblo, conjugación armoniosa de individuos-ciudadanos libres, se gobierna a sí mismo completando su plena soberanía.

La dedicación política yrigoyeneana se asimila al apostolado, concebido como civismo de pedagogía social. Cuando sale de su recogimiento, en el período de peculiar monasticismo laico de los años ochenta, Yrigoyen define esa actitud: “Hace veinte años, salí de mi recogimiento a la convocatoria de la opinión pública nacional, y desde entonces, no me ha dado volver todavía a la normalidad y a la regularidad de mi vida” (segunda Carta a Pedro C. Molina, DHY, pág.89, en noviembre de 1909). De hecho, su existencia prosigue estrictamente en los hechos con una consistencia infrecuente ese camino de “sacrificio”, en el que “se confunde su autonomía con la de los demás, asumiendo y aceptando juicios y responsabilidades comunes” según el mismo lo confiesa en el mismo documento (pág.89).

Esa consagración a una “causa” emancipadora, de trascendencia ética, es conscientemente un camino a la autorrealización de su personalidad, a través de un intenso cuestionamiento interno, de reflexión racional y maduración conceptual. En los recogimientos “acentuados se forma el justo y levantado criterio, libre de todo perjuicio, y se acumulan las fuerzas morales y reales, que venciendo todos los obstáculos, concluyen por implantar transiciones superiores.” escribe Yrigoyen en la Primera Carta a Pedro C. Molina (DHY, pág. 81). Así se va conformando naturalmente en los ejercicios de autodisciplina, una vocación política misional, o mejor, utilizando palabras de Yrigoyen, de “superior iluminación apostolar” (DHY pág. 79).

No hay comentarios.:

Publicar un comentario