VIII
Como ya ha quedado dicho, los rasgos singulares de la
concepción política de Yrigoyen no tienen expresión en un “programa escrito” de
propuestas y proyectos de gobierno. Esa peculiaridad sería objeto de fuertes
críticas, especialmente desde el socialismo y aun desde el liberalismo
positivista dentro de su propio partido. Ernesto Laclau, jurista y sociólogo, y
prestigioso intelectual que venía de dictar conferencias sobre la ciencia
política en La Sorbona, justificaría esta posición del Yrigoyenismo, al que se
adhería con entusiasmo en 1928: “El ideal de los partidos políticos es sin duda
alguna alcanzar un programa de ideas. Pero estas no deben ser el fruto de una
arbitraria actitud mental sino de un proceso sociológico.
Es la única manera de
que las ideas aprisionen conceptos vivos. Por eso el radicalismo no ha querido
concretar propósitos intelectuales antes de que la masa partidaria
adquiriera unidad de conciencia y comprensión de su destino
social.
Anticiparse a esto habría sido penetrar ideas por la fe
supersticiosa en el partido y no por entendimiento popular. La primera etapa de
esta pedagogía social democrática se cumple cuando el pueblo, incapaz aun de
ideas concretas, despierta su alma a un sentido espiritual. La fe le revela el
secreto de su destino. Ya tiene una preferencia, un rumbo. No se puede
desconocer la necesidad pedagógica ni la eficacia política de crear corrientes
morales en la sociedad. Es menester dotarla de una pujanza mística que la
capacite a grandes empresas” (Ernesto Laclau, La Formación Política de la
Sociedad Argentina, Buenos Aires, Talleres Gráficos Araujo Hnos. 1928, pág. 77).
Por eso, el mensaje de Yrigoyen se asimila más a un conjunto
de premisas ideológicas, a una doctrina general, que en la acción de Gobierno
va a ir mostrando su aplicación a la realidad. Este sistema de abstracciones
principistas, sin embargo, no carece de profundidad filosófica: guarda relación
directa con el idealismo romántico alemán, tanto como con el iluminismo francés
del Siglo XVIII.
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