miércoles, 9 de octubre de 2013

DIALOGO ENTRE ATAHUALPA Y FERNANDO VII EN LOS CAMPOS ELISEOS – Parte 2



F. - Yo lo confieso y aún añado que no habría viviente alguno sobre la faz de la tierra que no mire a Bonaparte con desprecio y con horror cuando sepa que ha arrebatado el cetro de Castilla a un monarca descendiente de infinitos reyes. Se vería por consiguiente que los habitantes de la península únicamente le rinden una obediencia forzada, efecto del miedo y del temor que han inspirado las inauditas tiranías de sus tropas sanguinarias.

I. - Comparad, pues, ahora tu suerte con la mía, la conquista de tu península con la del Nuevo Mundo, y la conducta del francés en España con la del español en América. Consultad, digo, las historias sobre las escenas que se han visto en el peruano y mexicano suelo, y verás manifiestamente que dicen que en e! momento en que dio noticia Colón del descubrimiento de la fertilidad de la nueva tierra y sus riquezas, empezó a hervir la codicia en el corazón avaro de los estúpidos españoles, que atravesando inmensos mares se trasmigran en tumultos a las Indias. Aquí saben que los americanos son unos hombres tímidos y sencillos, pero advierten al mismo tiempo que, aunque incultos y salvajes, son muy pocos los misantrópicos, y que los más viven reunidos en sociedad; que tienen sus soberanos a quienes obedecen con amor, y que cumplen con puntualidad sus órdenes y decretos. 

Saben, en fin, que estos monarcas descienden igualmente que tú, de infinitos reyes, y que bajo de su dominio disfrutan perfectamente sus vasallos de una paz inalterable; pero como con sus ojos empapados en el ponzoñoso licor de la ambición, creen coronadas de oro y plata las cimas de las montañas, o a lo menos, depositados en el interior de aquéllas, interminables tesoros, como las mismas cabañas de los rústicos e inocentes indianos les parecen repletas de preciosos metales, y quieren apoderarse de todo y conseguirlo todo; protestan arruinar aquella desdichada gente y destruir a sus monarcas. La razón nos dieta --dicen ellos- que éste es un atentado, y la religión nos enseña que es un sacrilegio, mas no hay otro medio para mitigar nuestra implacable codicia. Sofóquese pues la humanidad, la religión y la razón, y verifíquense nuestros designios. 

Y al momento empiezan a llover por todas partes la desolación, el terror y la muerte, bárbaras en todo, hábiles únicamente en apurar y aumentar la crueldad y la tiranía, arruinar del mismo modo las humildes chozas que los suntuosos palacios. Por todas partes corren ríos inmensos de sangre inocente; en todas partes se encuentran millares de cadáveres, desdichadas víctimas de la ferocidad española.

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