A vista de tan
horrible espectáculo solloza la virtud, gime la naturaleza y se estremece el
mundo entero. Sólo el español más bárbaro que las sanguinarias y ponzoñosas
fieras de la Libia ,
sigue talando los campos, desolando provincias, derribando tronos, arrastrando monarcas
y degollando emperadores. Las inagotables riquezas de que ha despojado a los
soberanos y sus vasallos aún no bastaban para aplacar su insaciable sed. Van,
pues, a buscar más tesoros en el interior de los riscos y peñascos, arras¬tran
tribus enteras de indios, los obligan y mandan que minen los cerros y entren
hasta los más remotos y escondidos cerros. Obediente, el mísero indiano empieza
con su trabajo, pero al cabo de algunas horas no alcanza ya el languideciente
vigor de su débil y cansado brazo a quebrantar y romper la dureza de las
piedras. Como desmayado se sienta para rehacer sus fuerzas.
Lo advierte el
español y al momento envaina su acerado filo en el pecho del inocente indiano,
que envuelto en su propia sangre y en sus continuadas lágrimas, exhala el alma
de su cuerpo. Otros consiguen, es cierto, penetrar hasta las tenebrosas
entrañas de la tierra, pero en aquel oscuro y lúgubre caos, destituidos de todo
auxilio, privados de la luz del sol y aun del corto consuelo de gemir al lado
de sus parientes, experimentan en breve igual suerte que el primero.
Los que
han logrado salir de aquel abismo, castigados del hambre van a buscar algún
alimento, pero no lo encuentran porque todo lo han hurtado. Corren a beber a
las fuentes y encuentran sus aguas teñidas con la sangre de sus hermanos. La
inocente madre llora amargamente la lastimosa muerte de su hijo querido hasta
que su dolor mismo corta el hilo de su vida. El angustiado padre advierte que
la muerte es su único recurso, en ella sola ve el término feliz de sus fatigas,
y homicida de sí mismo, muere pendiente de un árbol mediante una soga, dando
fin con esto a su vida y a su fama. Todos, en fin, sufren tantas desdichas y
calamidades que juntamente pueden decir “traditi sumus ut conteramur
iugulemur et pereamus; an ut magni in servos et famulos venundemur el tole
rabile malum”, (Hemos sido entregados para ser quebrantados, degollados y
muertos; acaso para ser vendidos a buen precio como siervos y esclavos).
Ved ahí,
Fernando, la viva imagen de la conducta de tus españoles; ved, digo, si con
fundamento los noto de injustos, crueles y usurpadores, cuando del mismo modo
que el francés en España, se han entronizado ellos en América contra la
voluntad de los pueblos; cuando del mismo modo que aquél, han quitado el cetro
a unos soberanos descendientes de varios reyes y del mismo modo que tú, jurados
unánimemente por sus pueblos; cuando finalmente el homenaje que les rinden es
aún más forzado y violento que el que tributa la España al francés
Emperador.
Convenceos de
que los españoles han sido unos sacrílegos atentadores de los sagrados e
inviolables derechos de la vida, de la libertad del hombre. Conoced que como
envidiosos y airados de que la naturaleza hubiese prodigado tantas riquezas a
su América, habiéndolas negado al suelo hispano, lo han hollado por todas
partes. Confesad, en fin, que el trono vuestro en orden a las Américas, estaba
cimentado sobre la injusticia y era el propio asiento de la iniquidad.
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