F. - Locura es,
Atahualpa, negar que se han visto atrocidades inauditas en la conquista de la América. Pero debéis
advertir que otro tanto han hecho los asirios, persas, romanos, griegos y todas
las naciones del mundo cuando subyugar han querido o conquistar reinos. Debéis
saber que la defensa propia y la conservación de la vida era el justo motivo
que los obligaba a ejecutar los horribles estragos que habéis referido.
I. - Si los
asirios, romanos y demás hombres han sido también inhumanos, a más de no
inducir bondad en un acto inicuo la ejecución de otro semejante, jamás veréis
entre los asirios un soberano que, como Huatemestu, haya sido extendido sobre
ardiente y devoradora brasa de fuego, por el solo vil interés de que
manifestase sus riquezas. No veréis entre los romanos capitán alguno como aquel
Huapetei, sacados los ojos, cortados los brazos y aserrado el cráneo. Ni veréis
que los griegos hicieran alguna vez como los españoles, arrancando un hijo de
entre los tiernos e inocentes brazos de la madre, dándole contra e! suelo y
arrojándole para que sirviese de pábulo a sus hambrientos y carniceros perros.
Entre todas las naciones, últimamente no hallaréis una que haya ejecutado
crueldades y tiranías como los españoles, porque éstas son tantas que hacen
horizonte a mi vista y es imposible numerarlas.
En cuanto a la
propia ofensa que alegáis para disculparlas, única¬mente respondo que el ladrón
que asalta la casa de un rico no podrá, sorprendido en su crimen, alegar su
propia defensa para justificar su homicidio si despedazó al posesor de las
riquezas, aun después que éste levantó el acero para hacer con él otro tanto.
F. - Sea de esto
lo que fuere, lo que tú debes saber es que Alejandro VI cedió y donó a mis
progenitores y sus herederos las Américas.
I. - Venero al
Papa como a cabeza universal de la
Iglesia , pero no puedo menos que decir que debió ser de una
extravagancia muy consumada cuando cedió y donó tan francamente lo que teniendo
propio dueño, en ningún ceso pudo ser suyo, especialmente cuando Jesucristo, de
quien han recibido los Pontífices toda su autoridad y a quien deben tener por
modelo en todas sus operaciones, les dicta que no tienen potestad alguna sobre
los monarcas de la tierra, o que a lo menos no conviene ejercerla, cuando dice:
Mi Reino no es de este mundo; y cuando a sus apóstoles les enseña y encarga que
veneren a los reyes y paguen los tributos al César. Me admira, digo, que
Alejandro VI hubiese cometido semejante atentado, cuando San Bernardo le dice:
“quid falcem vestram in alienam messem extendis? Si apostolis interdicitur
dominatus quomodo tu tibi audes usurpare? Non tu ille de quo propheta: el
erit omnis terra possessio eius. (¿Por qué extendéis vuestra hoz hasta la
mies ajena? Si le está vedada la pasión de dominio a los apóstoles, ¿cómo osas
tú invocarla para ti? Tú no eres aquel de quien dice el profeta: "y toda
la tierra le perteneced").
Pero los grandes
crímenes de idolatría y sacrificio humano que cometían los indianos, me dirás,
fueron los que obligaron al príncipe de la Iglesia a ceder aquellos reinos a un monarca
católico que extirpase tan bárbaras costumbres. Pero yo diré que las más de las
naciones del antiguo mundo, han sido algunas veces idólatras y bárbaras, y sin
embargo no se da ejemplo de que por tales delitos hayan destruido los
Pontífices a su monarquía, porque siempre se han conocido jueces incompetentes
para ello y han confesado que la punición de tales crímenes está reservada al
Altísimo. Diré que los delitos de los indianos pudieron hacer nacer
jurisdicción siempre que ellos, predicados o inducidos de la verdad del cristianismo,
y convenidos de la barbarie de sus ritos y costumbres, hubiesen permanecido
idólatras y bárbaros secuaces de su antigua superstición, pero ceder las
Américas cuando los españoles, lejos de disipar las tinieblas de la idolatría
con la luz del Evangelio, se habían antes hecho aborrecibles con su mal ejemplo
y con los muchos crímenes abominables de que los hadan espectadores, sin duda
que fue un acto- de cuya legitimidad jamás convencerme podré. Por último, si un
Witisa, un Rodrigo, un Enrique, epílogo de abominaciones y monstruos de sus
siglos, en quienes cualesquier crímenes eran menos excusables y más enormes por
su mayor cultura, y en quienes, por haber entrado en la Iglesia por las sagradas
puertas del bautismo, tenían más jurisdicción los Pontífices, nunca se han
visto castigar con la terrible pena de ser despojados de sus cetros, mucho
menos debieron ser destruidos los indianos, pues si eran idólatras, tenían la
disculpa de no haber llegado a su noticia la religión cristiana; si eran
antropófagos, podrían evadirse con la anticuada costumbre que les ocultaba su
barbarie.
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