jueves, 10 de octubre de 2013

DIALOGO ENTRE ATAHUALPA Y FERNANDO VII EN LOS CAMPOS ELISEOS – Parte 4


F. - Locura es, Atahualpa, negar que se han visto atrocidades inauditas en la conquista de la América. Pero debéis advertir que otro tanto han hecho los asirios, persas, romanos, griegos y todas las naciones del mundo cuando subyugar han querido o conquistar reinos. Debéis saber que la defensa propia y la conservación de la vida era el justo motivo que los obligaba a ejecutar los horribles estragos que habéis referido.

I. - Si los asirios, romanos y demás hombres han sido también inhumanos, a más de no inducir bondad en un acto inicuo la ejecución de otro semejante, jamás veréis entre los asirios un soberano que, como Huatemestu, haya sido extendido sobre ardiente y devoradora brasa de fuego, por el solo vil interés de que manifestase sus riquezas. No veréis entre los romanos capitán alguno como aquel Huapetei, sacados los ojos, cortados los brazos y aserrado el cráneo. Ni veréis que los griegos hicieran alguna vez como los españoles, arrancando un hijo de entre los tiernos e inocentes brazos de la madre, dándole contra e! suelo y arrojándole para que sirviese de pábulo a sus hambrientos y carniceros perros. Entre todas las naciones, últimamente no hallaréis una que haya ejecutado crueldades y tiranías como los españoles, porque éstas son tantas que hacen horizonte a mi vista y es imposible numerarlas.

En cuanto a la propia ofensa que alegáis para disculparlas, única¬mente respondo que el ladrón que asalta la casa de un rico no podrá, sorprendido en su crimen, alegar su propia defensa para justificar su homicidio si despedazó al posesor de las riquezas, aun después que éste levantó el acero para hacer con él otro tanto.

F. - Sea de esto lo que fuere, lo que tú debes saber es que Alejandro VI cedió y donó a mis progenitores y sus herederos las Américas.

I. - Venero al Papa como a cabeza universal de la Iglesia, pero no puedo menos que decir que debió ser de una extravagancia muy consumada cuando cedió y donó tan francamente lo que teniendo propio dueño, en ningún ceso pudo ser suyo, especialmente cuando Jesucristo, de quien han recibido los Pontífices toda su autoridad y a quien deben tener por modelo en todas sus operaciones, les dicta que no tienen potestad alguna sobre los monarcas de la tierra, o que a lo menos no conviene ejercerla, cuando dice: Mi Reino no es de este mundo; y cuando a sus apóstoles les enseña y encarga que veneren a los reyes y paguen los tributos al César. Me admira, digo, que Alejandro VI hubiese cometido semejante atentado, cuando San Bernardo le dice: “quid falcem vestram in alienam messem extendis? Si apostolis interdicitur dominatus quomodo tu tibi audes usurpare? Non tu ille de quo propheta: el erit omnis terra possessio eius. (¿Por qué extendéis vuestra hoz hasta la mies ajena? Si le está vedada la pasión de dominio a los apóstoles, ¿cómo osas tú invocarla para ti? Tú no eres aquel de quien dice el profeta: "y toda la tierra le perteneced").


Pero los grandes crímenes de idolatría y sacrificio humano que cometían los indianos, me dirás, fueron los que obligaron al príncipe de la Iglesia a ceder aquellos reinos a un monarca católico que extirpase tan bárbaras costumbres. Pero yo diré que las más de las naciones del antiguo mundo, han sido algunas veces idólatras y bárbaras, y sin embargo no se da ejemplo de que por tales delitos hayan destruido los Pontífices a su monarquía, porque siempre se han conocido jueces incompetentes para ello y han confesado que la punición de tales crímenes está reservada al Altísimo. Diré que los delitos de los indianos pudieron hacer nacer jurisdicción siempre que ellos, predicados o inducidos de la verdad del cristianismo, y convenidos de la barbarie de sus ritos y costumbres, hubiesen permanecido idólatras y bárbaros secuaces de su antigua superstición, pero ceder las Américas cuando los españoles, lejos de disipar las tinieblas de la idolatría con la luz del Evangelio, se habían antes hecho aborrecibles con su mal ejemplo y con los muchos crímenes abominables de que los hadan espectadores, sin duda que fue un acto- de cuya legitimidad jamás convencerme podré. Por último, si un Witisa, un Rodrigo, un Enrique, epílogo de abominaciones y monstruos de sus siglos, en quienes cualesquier crímenes eran menos excusables y más enormes por su mayor cultura, y en quienes, por haber entrado en la Iglesia por las sagradas puertas del bautismo, tenían más jurisdicción los Pontífices, nunca se han visto castigar con la terrible pena de ser despojados de sus cetros, mucho menos debieron ser destruidos los indianos, pues si eran idólatras, tenían la disculpa de no haber llegado a su noticia la religión cristiana; si eran antropófagos, podrían evadirse con la anticuada costumbre que les ocultaba su barbarie.

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