viernes, 11 de octubre de 2013

DIALOGO ENTRE ATAHUALPA Y FERNANDO VII EN LOS CAMPOS ELISEOS – Parte 5



F. - Cuando movido el vicario de Cristo por un santo y ardiente celo de propagar y extender el rebaño del señor, cedió y donó a los Reyes Católicos las inmensas tierras de la América, cierto es, Inca, que aún no se había predicado el Evangelio, pero al presente tenéis floreciente en esta parte del orbe el más puro cristianismo, tenéis elevados una multitud de santos altares sobre las ruinas de la idolatría, convertido un nuevo mundo, y en una palabra, establecida la verdadera religión mediante los sudores y trabajos de los españoles, que por este solo motivo pueden llamarse a presencia del mundo entero, legítimos poseedores de la América.

I. - Qué, ¿queréis acaso alegar la religión que habéis introducido en mi reino como título bastante para poseerlo impunemente? No, Fernando, no; evita confundir este santo nombre con lo que fue puramente injusticia de los españoles. Es cierto que deben los habitantes de la América la religión que profesan, mas no por eso deben ser éstos dominados por aquéllos, porque de otra suerte sería preciso decir que Xavier, que condujo el nombre de Cristo hasta las remotas provincias del Indo y del Ganges, y todos los apóstoles que han predicado el Evangelio, debieron ser coronados en uno y otro hemisferio. Diríamos que el cristianismo lleva consigo mismo el impedimento insuperable para convertir a un soberano infiel, que difícilmente abrazaría la cruz del Salvador a vista de que por ello había de descender de su trono y dar fin a su reinado.

F. - Pues si esto no te convence, persuádete a lo menos la posesión de 300 años, unida con el juramento de fidelidad y vasallaje que han prestado todos los americanos, que, agradecidos por las grandes felicidades de que los hemos colmado, viven gustosamente sujetos a los reyes de España.


I. - El espíritu de la libertad, nacido con el nombre libre por naturaleza, ha sido señor de sí mismo desde que vio la luz del mundo. Sus fuerzas y derechos en cuanto a ella han sido siempre imprescriptibles, nunca terminables o perecederos; si obligado a vivir preso en sociedad, ha hecho el terrible sacrificio de renunciar el derecho de disponer de sus acciones y sujetarse a los preceptos y estatutos de un monarca, no ha perdido de reclamar su primitivo estado y mucho menos cuando el despotismo, la violencia y la coacción lo han obligado a obedecer una autoridad que detesta y un señor a quien fundamentalmente aborrece, porgue nunca se le oculta que si le dio jurisdicción sobre sí y se avino a cumplir sus (ilegible) y obedecer sus preceptos, ha sido precisamente bajo la tácita y justa condición de que aquél mirare por su felicidad. Por consiguiente, desde el mismo instante en que un monarca, piloto adormecido en el regazo del ocio o del interés, nada mira por el bien de sus vasallos, faltando él a sus deberes, ha roto también los vínculos de sujeción y dependencia de sus pueblos. Este es el sentir de todo hombre justo y la opinión de los verdaderos sabios.

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