I. - Y si yo trasmigrarme pudiese desde este lugar a mi reino, sin duda los exhortaría con la proclama siguiente:
Habitantes del
Perú: si desnaturalizados e insensibles habéis mirado hasta el día, con
semblante tranquilo y sereno, la desolación e infortunios de vuestra
desgraciada patria, recordad ya del penoso letargo en que habéis estado
sumergidos, desaparezca la penosa y funesta noche de la usurpación y amanezca
el claro y luminoso día de la libertad. Quebrantad las terribles cadenas de la
esclavitud y empezad a disfrutar de los deliciosos encantos de la
independencia. Sí, paisanos, vuestra causa es justa, equitativos vuestros
designios. Reuníos pues, corred a dar principio a la gran obra de vivir
independientes. No nos detenga Fernando, porque o no tiene o no tendrá en breve
más vida que su nombre, ni más existencia que la que publican el fraude y la
mentira. Revestíos de entusiasmo y publicando vuestra libertad, seréis todos
dichosos y el espectáculo de una felicidad será envidiable en el universo
entero.
F. - Y por el
gusto que he tenido de conoceros y hablaros, voy ahora por ver si encuentro a
alguno de mis mayores para avisarles mi suerte y cuanto a la España pasa.
I. - Idos, pues,
Fernando, a Dios, que yo también a Moctezuma y otros reyes de la América darles quiero la
feliz nueva de que sus vasallos están ya a punto de decir que viva la libertad.
BERNARDO DE
MONTEAGUDO
Este diálogo Fue escrito en Charcas en los primeros
meses de 1809 y generalmente es atribuido a Bernardo de Monteagudo, que por
entonces estudiaba en la Universidad. Circuló de mano en mano en los
medios universitarios y políticos y contribuyó a la difusión de las ideas que
impulsarían las revoluciones de Chuquisaca y La Paz. Describe el
encuentro entre la sombra de Atahualpa, el último Inca, y la de Fernando VII.
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