lunes, 16 de septiembre de 2013

La pampa de memoria. William H. Hudson – Parte 7



Escribir de Memoria es una ilusión

Si Sarmiento describe la pampa por intuición, Hudson la escribe de memoria. Es Martínez Estrada quien lo pinta como el más nostálgico de los emigrantes, siempre añorando la patria natal y lleno de saudades. Pero parece ser Cunninghame Graham quien toma primero esa palabra del portugués para explicar mejor los sentimientos de su amigo ¿O es el traductor quien encuentra más efectivo decir sufría de saudades que nomás extrañaba el pago? No es el único inconveniente de trabajar con traducciones en lugar de recurrir a los originales en inglés; Jurado ya despotricó contra esa pretensión y lo haría nuevamente ante este intento. Sin embargo, alcanza para este ensayo aceptar las contrariedades de la traducción y proyectar otro que se ocupe, justamente, de esa compleja operación.

Antes se nos aparece una trasposición original desde lo visto alguna vez a lo reactualizado en la escritura, a través de una evocación intachable. Basta una hoja o un sonido para desatar -como la madeleine de Proust- toda una narración de experiencias que estaban allí para ser revividas. La Memoria de Hudson supone la copia fiel tanto como en su momento lo prometieron la fotografía y el cinematógrafo. Es una Memoria de registro, un gran ojo que se pasea por todo lo vivido como si hubiese sido almacenado en bruto para que alguna vez el ya viejísimo Hudson pudiese recuperarlo. Casi todos los comentaristas destacan su memoria prodigiosa, un hombre que recuerda el matiz verdoso de un yuyo pero ha olvidado el castellano que intenta practicar cuando su sobrina Laura lo visita en Londres. Quizás las sonoridades de ese idioma no lo han impresionado tanto como la llanura, los escasos árboles y los muchos pájaros, protagonistas de su autobiografía Allá lejos y hace tiempo. Es el libro que narra su infancia, período en que se percibe todo por primera vez y se garantiza, según su propio requisito, la evocación por excelencia. Páginas escritas de un tirón en la convalecencia de una fiebre que como por milagro despeja las brumas de los viejos tiempos; editadas casi a la par de su testamento, eso que uno escribe para cuando ya no pueda decir nada más. Y aquí su otra obsesión: el temor a la muerte presente desde que los médicos le prescriben una existencia corta y una partida de sorpresa, a causa de una debilidad cardíaca descubierta después de una gripe adolescente. En contra, entonces, de la muerte y del olvido, escribe como quien recuerda bajo una hipnosis providencial; técnica admirada y defendida de sus detractores por el Hudson psicólogo que sabe ser cuando intenta explicar las bondades del ocio o el horror que nos provoca un simple bicho.

Bajo esta Memoria fotográfica operan, como dos ilusiones fascinantes, la continuidad vida-obra y la naturalidad del lenguaje. En la primera, participan sobre todo los reseñadores que intentan encontrar en su biografía algunos indicios para comprender cierta incoherencia de la obra. La mayoría ansiosa por comprobar que los personajes tienen más relación con su creador de lo que él mismo confiesa, a pesar de frases bastante elocuentes como es una ilusión suya creer que las aventuras allí relatadas son autobiográficas. (Cartas a Cunninghame) En contra de las interpretaciones forzosas lo descubren vestido de tweed y sin poncho o lo leen en sus cartas afirmando que conoce bien la pampa porque es su tierra nativa aunque abandonada para habitar nuestro suelo inglés. Para desencanto de varios, no se le escuchó una condena firme de la tiranía rosista, ni una alabanza a la modernización genocida, ni un saludo a los europeos migrantes. Tampoco han dado con la cita que explique satisfactoriamente su partida, mucho menos su reticencia a volver pese a las invitaciones de algunos familiares que lo tientan con imágenes de avecillas y de flores.

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