martes, 17 de septiembre de 2013

La pampa de memoria. William H. Hudson – Parte 8



Ante la desgracia de que los datos no confirmen el Hudson deseado, muchos optan por encontrarlo contradictorio, incoherente, aturdido. Otros recrean un triste gaucho atrapado por la city más parecido a un águila enjaulada y en pena. Cuando no un romántico que prefiere el destierro antes de ver con sus propios largavistas los campos arados. Un hombre que vive a través de su escritura porque afirma que su vida ha terminado al dejar las pampas. Según una lectura simplista de esos dichos, Hudson es de a ratos Richard Lamb y vuelve a cabalgar mientras suspira tras las ventanas mínimas de su pensión londinense. El efecto atemporal de sus textos refuerza esa interpretación porque logra un presente continuo, fluido, errante donde casi nos sorprendemos con él ante el paso sigiloso de un ciervo o el nido escondido entre las ramas y gracias al cual olvidamos que la anécdota tuvo lugar hace unos ciento y pico de años.

Hudson mismo es, a la vez, autobiográfico y antibiográfico. No deja de hablar de sí pero evita las pruebas de su intimidad, quema manuscritos y pide a sus mujeres amigas devoluciones de las viejas cartas. En las breves epístolas salvadas hay oscuridades y malentendidos como los hay hasta en las vidas que se saben de antemano celebradas póstumamente. Guardan, también, huellas de un recorrido original fuera de las escuelas literarias, de las clases sociales y de las nacionalidades definidas; un Hudson algo nómade que nunca está donde se lo espera. Anda migrando como sus aves amadas y, por suerte para la literatura, dándole letra a ese narrador que es él aunque nunca del todo.

La otra poderosa ilusión de sus escritos provocada por la excusa de la Memoria es celebrada por los comentaristas como transparencia o diafanidad del lenguaje. Aquí aparecen fáciles imágenes de la naturaleza en las que su prosa corre como el agua o vuela como el cóndor, apaciblemente y sin mover las alas. Además, crece como los pastos, espontáneamente y al sol. Se trataría de una obra extraída de la naturaleza del siguiente modo: Hudson vaga y percibe con su fina sensibilidad, Hudson recuerda como quien revive, Hudson escribe casi como viviendo. Según afirma en su correo, abonando las metáforas vegetales, sueña con el día en que me encontraré al fin a mí mismo en absoluta armonía con todas las cosas animadas e inanimadas y tendré por lápiz una verde hoja de pasto y por tintero una gota de rocío asoleada y donde un día será como mil años y mil años, suponiendo que viviera tanto tiempo, serían como un día. (Cartas a Cunninghame)

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