domingo, 4 de agosto de 2013

Fusilamiento de Camila O’Gorman - Parte 3




“En Palermo –escribía “El Comercio del Plata”- se habla de eso como de cosas divertidas, porque allí se usa un lenguaje federal libre. Entretanto el ejemplo del párroco produce sus efectos. Ayer un sobrino de Rosas intentó también robarse otra joven hija de familia, pero se pudo impedir a tiempo el crimen. Cualquiera de los dos es de la escuela de Palermo. El crimen escandaloso cometido por el cura Gutiérrez es asunto de todas las conversaciones. La policía de Rosas aparentaba o hacía realmente grande empeño por descubrir el paradero de aquel malvado o de su cómplice, más bien de su víctima”. Y ensañándose con Gutiérrez y calumniándole todavía, y señalando ya la pena que merece, y que las autoridades deben imponerle para no aparecer como consentidores de criminales famosos, prosigue “El Comercio del Plata”: “El infame raptor había sido colocado de cura por el canónigo Palacio. La familia a quien aquel criminal ha hundido en la deshonra pertenece a la parroquia confiada a tan indigno párroco. La joven que se dejó seducir por el infame manifestaba el deseo de tomar el hábito de monja: después de cantar en la iglesia desapareció con el raptor, quien completó su villanía, según se nos asegura, robándose alhajas del templo. ¿Hay en la tierra castigo bastante severo para el hombre que así procede con una mujer cuyo deshonor no puede reparar casándose con ella? (4)

Esta propaganda inaudita produjo los efectos deseados. Rosas, sin reflexionar que descendía al bajo fondo a que pretendían llevarlo las declamaciones convencionales de sus enemigos, se decidió a imponer el castigo ejemplar que éstos demandaban. Y abocándose al asunto con febricitante preferencia, lo pasó en consulta a juristas reputados. Estos le presentaron sendos dictámenes por escrito. Estudiaban la cuestión del punto de vista de los hechos y del carácter de los acusados ante el derecho criminal, y colacionándolos con las disposiciones de la antigua legislación desde el Fuero Juzgo hasta las Recopiladas, resumían las que condenaban a los sacrílegos a la pena ordinaria de muerte.

En estas circunstancias el buque de vela a cuyo bordo venían Camila y Gutiérrez con destino a Buenos Aires, fue arrojado por un fuerte viento a la costa de San Pedro; y su comandante le manifestó al jefe de ese punto que le era imposible seguir hasta la Capital, pidiéndole que se recibiese de los presos. Este jefe que no tenía órdenes superiores al respecto, remitió los presos al campamento de Santos Lugares y dio cuenta de todo al gobernador de la provincia. Al día siguiente cundió la noticia en Buenos Aires; y el desdichado padre de Camila se apersonó a Rosas en solicitud de un pronto y ejemplar castigo. Y con rapidez aterradora Rosas le ordenó al mayor Antonino Reyes, jefe de Santos Lugares, que los incomunicase, les pusiese una barra de grillos y les tomase declaración remitiéndosela inmediatamente. En la madrugada siguiente, esto es, el 18 de agosto, recibió Reyes la orden de Rosas de que hiciese suministrar a los presos los auxilios de la religión y los hiciese fusilar sin más trámite.

El mayor Reyes se quedó absorto. Ni él, ni los funcionarios que recibieron con anterioridad órdenes que no hacían temer por la vida de los prófugos; ni nadie más que aquellos que acariciaban los medios conducentes a derribar a Rosas, podían imaginarse que el gobernador, erigiéndose en pontífice y en censor de las costumbres, como los Césares romanos, decretaría esa muerte, así, como tocado por el vértigo, y cuando la situación política se normalizaba al favor de una prosperidad visible y de una administración templada que aceptaban los mismos que hasta poco antes la combatieron.

Camila estaba enferma y transfigurada. Las huellas del sufrimiento y de la miseria velaban su fisonomía como palmas fúnebres de la corona de su martirio. No se demostraba abatida, que el orgullo de los corazones fuertes galvanizaba su fibra en los momentos supremos de su vergüenza y de su ruina. La sociedad y el mundo la condenaban; pero ella, con la abnegación de quien da la sangre y la vida en sacrificio, se había creado el mundo de cuya luz y de cuyo aire vivía. Era Gutiérrez. Su primera palabra fue preguntarle a Reyes qué suerte correría Gutiérrez. Reyes le había dispensado todas las consideraciones posibles en su posición; y no se atrevió a decirle la verdad terrible que lo abrumaba. Esperaba una contraorden de Rosas. En la misma mañana del 18 de agosto despachó un chasque con una carta para la señorita Manuela de Rosas, en la que le avisaba lo que ocurría pidiéndole que intercediera por Camila; y con un oficio en que le comunicaba a Rosas que la reo estaba encinta. El oficial de servicio en Palermo don Eladio Saavedra, entregó carta y oficio a Rosas, quien los devolvió a Reyes con una carpeta en la que le apercibía fuertemente por haber demorado en dar cumplimiento a las órdenes del gobernador de la Provincia.

Recién entonces Antonino Reyes encomendó al mayor Torcida el deber de comunicarles estas órdenes a los presos y de presentarles los sacerdotes para que los auxiliasen, y encargó al mayor Rubio de la ejecución, retirándose él a su alojamiento abrumado por la tragedia que se iba a representar allí. El sacerdote que confesó a Camila le realizó el “bautismo por boca” “por las dudas si había preñez”, de acuerdo a los documentos de la época (5). Antes de marchar al patíbulo, Gutiérrez llamó a Reyes y con amoroso anhelo que traicionaba su serenidad de hombre le preguntó si Camila iba a ser fusilada también; y cuando supo la verdad escribió en una trilla de papel que le entregó a Reyes: “Camila: mueres conmigo: ya que no hemos podido vivir juntos en la tierra, nos uniremos ante Dios. Te abraza – tu Gutiérrez”.

(4) Véase El Comercio del Plata del 3, 5 y 7 de enero de 1848.

(5) No parece absolutamente cierto el embarazo, según Manuel Gálvez (Vida de Don Juan Manuel de Rosas, Ed. Tor, página 426, Buenos Aires (1949).

No hay comentarios.:

Publicar un comentario