martes, 6 de agosto de 2013

Fusilamiento de Camila O’Gorman - parte 4



Este fue el último canto del poema, el último beso. Un instante después Camila y Gutiérrez son respectivamente conducidos en una silla y por cuatro hombres al lugar de la ejecución. La venda sobre los ojos que no verán más la luz. El frío de la muerte que azota implacable entre redobles de tambor. El cuadro de acero que estrecha el espacio y ahoga las palpitaciones del corazón jadeante. Los tiradores avanzan cuatro pasos que repercuten en las entrañas. Ya no es la vida lo que alienta: es el espíritu del creyente que llama al espíritu de Dios. Pero se siente la vida en el ruido seco de las armas que se bajan. Son los ecos del movimiento, que preludian como en un infierno el movimiento de la descomposición de la carne; de la carne, en cuyas fibras íntimas Camila siente los últimos estremecimientos del inocente fruto de su amor… Se ve, sí, se ve como en el paroxismo horroroso de un sueño, la señal del oficial… Y el último tiro agosta el germen de la vida que palpitaba un segundo todavía. Y al despejarse la nube de ocho fogonazos, los soldados contemplan mustios dos pechos destrozados entre sangre humeante, monstruosa sanción de la justicia bárbara de los hombres…

“Treinta y siete años después –dice Adolfo Saldías- visitaba yo con el mismo mayor don Antonino Reyes el antiguo campamento y cárcel de Santos Lugares. La casa estaba abandonada y en ruinas. Doblando a la izquierda de un gran patio cubierto de malezas y allá en el fondo nos detuvimos. “Este fue el calabozo que ocupó Camila; el mejor que pude darle”, me dijo Reyes melancólicamente. Miré adentro. Era una celda pequeña, pero adonde penetraba un rayo de sol y de donde se veía el cielo. El techo amenazaba derrumbe. El suelo cubierto de hierbas. Creí distinguir alguna inscripción en el muro ennegrecido. Me aproximé más y vi claramente: 18, y más abajo: Pob… Esta cifra y estas letras, trazadas por la mano de Camila, expresaban sin duda una fecha querida para ella y un recuerdo de su dolor que con esa fecha se vinculaba. Siguiendo a lo largo de los calabozos llegamos al patio interior que mira al N. E., y el antiguo jefe de Santos Lugares me indicó el extremo de enfrente diciéndome: Allí fue fusilada Camila”.

Esta ejecución bárbara que no se excusa ni con los esfuerzos que hicieron los diaristas unitarios para provocarla, ni con nada, sublevó contra Rosas la indignación de sus mismos amigos y parciales, quienes vieron en ella el principio de lo arbitrario atroz, en una época en que los antiguos enemigos estaban tranquilos en sus hogares, y en que el país estaba indudablemente en las vías normales y conducentes a su organización. Esta circunstancia, digna de notarse, fue lo que anunció a los que sabían ver más lejos, que el poder de Rosas se minaba lentamente y que su gobierno tocaba a su término. Por el contrario Rosas (y esto muestra que este hombre singular había llegado a connaturalizarse con la omnipotencia del mando precisamente cuando degeneraba intelectualmente bajo el peso de veinte años de labor inmensa, ruda y continua), estaba realmente convencido de la bondad de su proceder, y de que esa ejecución era un justo desagravio a la moral y a la vindicta pública ultrajadas, y un correctivo necesario para prevenir la repetición de actos que herían profundamente los principios vitales de la sociedad. Así lo dijo a varias personas, así lo repetía “La Gaceta Mercantil”, contestando a “El Comercio del Plata”, el cual fustigaba hipócritamente a Rosas por el hecho que había provocado. (6)

Y tan arraigada fue y se conservó en él esta creencia, que veintidós años después le respondía desde Southampton a un amigo de Buenos Aires que le pedía datos sobre el particular. “Ninguna persona me aconsejó la ejecución del cura Gutiérrez y Camila O’Gorman, ni persona alguna me habló ni escribió en su favor. Por el contrario todas las personas primeras del Clero me hablaron o escribieron sobre este atrevido crimen y la urgente necesidad de un ejemplar castigo, para prevenir otros escándalos semejantes o parecidos. Yo creí lo mismo. Y siendo mía la responsabilidad, ordené la ejecución. Durante presidí el gobierno de Buenos Aires, encargado de las relaciones exteriores de la Confederación Argentina, con la suma del poder por la ley, goberné según mi conciencia. Soy, pues, el único responsable de todos mis actos; de los hechos buenos como de los malos; de mis errores y de mis aciertos”. (7)

Con fecha anterior dirigió una carta sobre el mismo asunto, en la que hacía declaraciones más explícitas a favor de personas acusadas. La prensa de Buenos Aires se enconó contra el doctor Vélez Sarsfield, quizá porque este reputado estadista no se mostró dócil a las exigencias de las facciones; y lo acusó de haber servido a Rosas y de haberle aconsejado el fusilamiento de Camila y de Gutiérrez. Mucho fastidió al doctor la inoportunidad de un cargo hecho propiamente sin conciencia; y más debió fastidiarlo la circunstancia de que él no podía levantarlo. Una dama de su relación y de la relación de Rosas, la señora Josefa Gómez, le escribió a este último invocando su antigua amistad a favor del doctor Vélez, maltratado por hechos que derivaban del gobierno que Rosas presidió, y encareciéndole que levantase con su declaración, que se haría pública, los cargos que le hacían al amigo común. Rosas asintió al pedido declarando bajo su firma que, “no es cierto que el doctor Dalmacio Vélez Sarsfield, ni ninguna otra persona, le aconsejaron la ejecución de Camila O’Gorman ni del cura Gutiérrez”. Hizo más: encontró una fórmula para atenuar o desvanecer la acusación o mote de “servidor de Rosas” con que denigraban al doctor Vélez, declarando enseguida que: “El señor doctor Vélez fue siempre firme a toda prueba en sus vistas y principios unitarios, según era bien sabido y conocido, como también su ilustrado saber, práctica y estudio, en los altos negocios el Estado”. (8)

Referencias

(1) Carta del canónigo Palacio al general Rosas sobre este asunto (Manuscrito en el archivo de Adolfo Saldías).

(6) Véase La Gaceta Mercantil del 9 de noviembre de 1848.

(7) Copia testimoniada por el señor Máximo Terrero y en el archivo de Adolfo Saldías.

(8) Borrador original de Rosas en el Archivo de Adolfo Saldías.

Fuente

Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.

Saldías, Adolfo – Historia de la Confederación Argentina – Ed. El Ateneo, Buenos Aires (1951).

www.revisionistas.com.ar

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