sábado, 3 de agosto de 2013

Fusilamiento de Camila O’Gorman - Parte 2



El obispo manifestó en su nota que tal hecho “constituía un procedimiento enorme y escandaloso… contra el que fulminaban las penas más severas la moral divina y las leyes humanas”. El provisor participaba al gobernador el “suceso horrendo” pronunciándose en sentido análogo al del obispo. El canónigo Palacio, en una larga y detallada carta que le dirigió a Rosas sobre el particular, le dice: “Pensé que la denuncia correspondía al teniente cura de su parroquia. Por otra parte, “el tamaño del atentado”, y el interés que mostraba la familia en disimularlo, me pusieron en un conflicto que sin duda no me dejaba expedito para acertar con lo que mejor convenía”. El desgraciado padre de Camila, en la desesperada alternativa de su dolor y de su honor herido, creyó deber dirigirse también al gobernador clasificando ese hecho de “atroz y nunca oído en el país”, y pidiendo se hiciera condigna justicia. (2)

Los que estuvieron cerca del gobernador deponen que este escándalo lo mortificó visiblemente. El sabía cómo vivían los personajes del Clero desde la época anterior a su gobierno; pero se cuidaba de entrometerse a levantar velos que pondrían de manifiesto ante la sociedad una serie de escándalos. No se conformaba con que le hubieren ocultado estudiadamente la fuga de Camila y de Gutiérrez los mismos personajes que tan acerbamente clasificaban el hecho diez días después de producido, cuando los señalados ya como criminales habían tenido tiempo de eludir la acción de la justicia. Su autoridad, el principio de autoridad cuyo desconocimiento él no concibió jamás, quedaría burlada, y él vendría a ser el blanco de sus enemigos quienes seguramente tenían aquí asunto que explotar.

Sin perder los instantes, Rosas puso en movimiento la policía, hizo fijar en los sitios más apartados carteles con la filiación de los prófugos y envió esta filiación a los gobiernos federales, encareciéndoles la captura y remisión de Camila y de Gutiérrez. La imprudente confianza de éstos lo ayudó. Gutiérrez fue reconocido, y en seguida denunciado a las autoridades de Goya donde permanecía. El gobernador Virasoro se lo comunicó así a Rosas, y le remitió los prófugos a Buenos Aires en un buque de vela. Rosas, le ordenó al jefe de policía que hiciese asear un calabozo en la cárcel y lo amueblase para conducir allí oportunamente al cura Gutiérrez; que hiciese arreglar dos habitaciones en la Casa de Ejercicios para alojar cómodamente a Camila. Al capitán del puerto le ordenó que prohibiese toda comunicación con el buque que conducía a los prófugos; y que de acuerdo con aquel funcionario desembarcase a media noche a Camila y a Gutiérrez y los condujese a los destinos indicados, guardándose entretanto la mayor reserva.

“Convenidos otros arreglos para la instalación de Camila, como ser el de un subsidio para la Casa de Ejercicios, el modo cómo debía de llevársele la comida -me escribe el señor don Pedro Rivas, oficial de secretaría de la Policía y quien acompañó a su jefe en todas estas diligencias-, pasó el jefe de policía llevándome en su compañía a la cárcel del Cabildo y ordenó al alcalde que inmediatamente hiciera asear el calabozo para recibir un preso que debía ser tratado con la mayor consideración; advirtiéndole que se mandarían los muebles necesarios, ropa, etc., y que el alimento le sería llevado diariamente de una fonda. Dos días después el calabozo bien blanqueado encerraba los pocos muebles y más indispensables que cabían en él. Las dos piezas cedidas en los Ejercicios estaban también amuebladas, pero éstas con elegancia y hasta con todas aquellas minuciosidades que la coquetería femenil hace indispensable para el tocador de una joven educada en buena sociedad. La sirviente estaba allí aguardando las órdenes de su señora. Este departamento, como el de la cárcel, había sido arreglado por la mueblería del señor Blanco, situada frente a la iglesia de San Juan”. (3)

Se ve, pues, que lo que se propuso Rosas fue librar al cura Gutiérrez a la justicia ordinaria para que el fallo de ésta sirviese de lección severa al Clero, y recluir a Camila en la Casa de Ejercicios durante el tiempo que lo creyeran prudente los padres de esa niña. Pero todo conspiró contra los desventurados prófugos. La mole de plomo del Dante descendía sobre sus cabezas empujada por inspiraciones infernales. Los enemigos de Rosas explotaron el escándalo con una crueldad singular. Desde luego le asignaron proporciones monstruosas, haciendo el proceso con severidad draconiana y señalando los famosos criminales al fallo de la justicia inexorable. Y al librarlos al oprobio público se fingían indignados de la impunidad que les aguardaba, merced a la corrupción que fomentaban las autoridades de Buenos Aires; calculando que esto exacerbaría a Rosas y que lo induciría a dar un desmentido tremendo que les proporcionaría a ellos una oportunidad brillante para lapidarlo. Tal fue la campaña que abrió la prensa de Montevideo.

(2) Nota del obispo y del provisor de 21 y de 24 de diciembre. (Véase La Gaceta Mercantil del 9 de noviembre de 1848).

(3)El señor Rivas, autor de las “Efemérides Argentinas”, tenía entonces a su cargo la mesa del despacho de los asuntos del gobernador, ministros, jueces de 1ª instancia con la policía.

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