domingo, 23 de junio de 2013

La traición de John Halsted Coe - parte 2


 Acuerdo de San Nicolás

A pesar de todos los problemas que se le presentaban, Urquiza logró que los gobernadores firmaran, el 31 de mayo, el famoso Acuerdo de San Nicolás de los Arroyos.  La Legislatura de Buenos Aires, dominada por Alsina y Mitre, condenó ese documento, sobre todo porque una de sus cláusulas consideraba a todas las provincias en igualdad de condiciones para elegir los diputados cada una al Congreso General Constituyente que habría de convocarse.

La presión provocó la renuncia de Vicente López y la Sala de Representantes se apresuró a reemplazarlo con su presidente, el general Pinto.  Urquiza reaccionó disolviendo la Legislatura para “salvar a la patria de la demagogia, después de haberla salvado de la tiranía”; asumió el poder en la provincia y tras haber nacionalizado las aduanas (22 de agosto) se dedicó a la preparación del Congreso Constituyente.  El 4 de setiembre delegó el mando en el general Galán y se trasladó a Santa Fe con aquel fin.  Su ausencia fue aprovechada por los unitarios, quienes en la noche del 10 al 11 de setiembre dieron un golpe de estado: designaron a Valentín Alsina gobernador propietario de la provincia y a Mitre, por supuesto, integrante del gabinete.

Vale la pena recordar una de las  primeras leyes de Alsina: establecía que “la provincia de Buenos Aires no reconoce ni reconocerá ningún acto de los diputados de Santa Fe como emanados de una autoridad nacional convocada e instalada debidamente”.  En otras palabras: Buenos Aires rompía formalmente con la Confederación y adoptaba el carácter de estado independiente.  El sueño de algunos unitarios: la república propia…  Enseguida, los separatistas armaron un ejército para invadir Entre Ríos a las órdenes de Hornos y de Madariaga.  Levene, admite que “las miras del gobernador Alsina eran las de debilitar el poder de Urquiza y estorbar la reunión del Congreso de Santa Fe”.

Llamado al servicio de las armas

Parece que no resultó tan fácil armar el ejército de Buenos Aires, a pesar de la prédica de su prensa.  El 14 de setiembre, Bartolomé Mitre, en su carácter de comandante en jefe de la Guardia Nacional de Buenos Aires, prevenía “a todos los ciudadanos que no hubieren acudido al primer llamamiento, se presenten en el término de veinticuatro horas a la Mayoría de la Guardia Nacional”.  Y al día siguiente volvía a dirigirse a los ciudadanos llamados por la ley al servicio de las armas: “Los cobardes que no respondan a este llamamiento merecerían ser marcados con un hierro candente en medio del rostro para conservar eternamente el sello innoble del esclavo…”  (Diario “El Nacional”, 15 de setiembre de 1852).  Y por si las amenazas no alcanzaban a convencer acerca de la necesidad de apoyar el golpe de estado, la Legislatura digitada acordó, el 16 de setiembre, autorizar al Gobierno para que distribuyera “inmediatamente, en forma de premio, el equivalente de un año de sueldos a todos los jefes, oficiales y tropa que se han pronunciado por la causa legal de la provincia”.

Todo fue inútil.  Ricardo López Jordán se encargó, en Concepción del Uruguay, de destruir con sus paisanos no solo a las columnas de Hornos y de Madariaga, sino también las ilusiones del unitarismo de impedir el Congreso.

El 1º de diciembre de ese mismo año 52, el general Hilario Lagos levantó, en Luján, la bandera de la unidad de todos los argentinos.  Con el apoyo “del gauchaje federal, de la plebe rosista y de las más distinguidas figuras de Buenos Aires con visión nacional”, comenzó el sitio de Buenos Aires para reincorporarla a la Confederación.

Es de imaginar la confusión y el desconcierto que esta nueva situación debió provocar en la ciudad.  Las autoridades surgidas del golpe de estado del 11 de setiembre calificaron a Lagos y a sus jefes de “cabecillas de un motín” y establecieron, entre otras cosas, que “los empleados públicos que no estuviesen enrolados en la Guardia Nacional quedan separados de sus empleos, sin perjuicio de sufrir las demás penas establecidas”.  Había que reclutar gente para defender “el comercio y la libertad de esta joya del Atlántico”.  Y para estimular el comportamiento de los jóvenes de la sociedad porteña en las filas de la Guardia Nacional, “El Nacional” del 19 de enero de 1853 publicó un supuesto boletín de un soldado bonaerense que se decía enrolado en el ejército de la campaña que iba a avanzar sobre el cerco de Lagos.  Creemos que se trata de una composición de Hilario Ascasubi, hecha de encargo para ensalzar el valor de los porteños “leidos” metidos a soldados.  Dice así:

Boletín de Rufo Carmona
En el Ejército del Sud
Señora Doña Belén Rocamora

Campamento General en el paso del Venao.
A trece del mes de Enero del año que ha principiao.

Querida esposa:
Por Pedro Pablo Galú,
y por tu carta también,
ayer supe, mi Belén,
que andás guapa en la ciudá
y en teniendo vos salú
y yo sable y tercerola,
dejá que corra la bola,
que lo que ha de ser será.
Ahora, tocante a tu apuro
porque vamos de una vez,
conozco que no debés
tener un subsidio tal.
Porque el pueblo esta siguro.
sigún dice Pedro Pablo,
no le recula al diablo
esa Guardia Nacional.
¡La gran pu… nta en la mozada
que ha salido de mi flor!
Con toda el agua de olor
que usaba y tanta golilla,
¡Barajo!, en esta patriada
caliente se ha destapao
y tiro a tiro ha mostrao
lo que vale un cajetilla.

Tu esposo
Rufo Carmona

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