miércoles, 7 de noviembre de 2012

José Hernández, de pies a cabeza - parte 2



José Hernández (…) es un hombrón hecho y derecho. (…) Ha estado en los campos de batalla, ha hecho periodismo, también de batalla, se ha mezclado en la vida política, ha ocupado posiciones que le permitieron hallarse cerca de los hombres eminentes del país y alternar con ellos.

Es alto, aunque no lo parezca tanto a causa de su corpulencia. Un amigo dirá, tratando de precisar: “tenía, más o menos, el cuerpo de dos hombres… Era un coloso”. Y una señora que conservaba su imagen entre los recuerdos de su infancia, exageraba un poco: “el hombre más grueso que tengo conocido”. “Cabeza poderosa”, implantada sobre un cuello taurino; pelo negro, lacio, espeso y echado hacia atrás; la frente, clara; los ojos, algo oprimidos por la gordura, miran con serenidad, bondad y firmeza; casi no se le ve la boca, de labios enérgicos, a causa del bigote que cae sobre ella; usa barba redonda; la tez tira a moreno. Las recias cabriadas del pecho cierran un torso esbelto, no obstante su volumen. Los brazos se mueven en amplios ademanes. Ligeramente estevado, como para que la mole parezca más leve.

Es un gordo macizo, de una fuerza descomunal. Dicen que cuando llegó a Paraná y andaba sin trabajo vio frente a un negocio un carro con grandes cajones. El dueño protestaba porque necesitaba dos hombres para descargarlo y sólo tenía uno. Hernández se detiene, se saca el sombrero y la levita y se pone a bajar los cajones como si nada. El dueño, asombrado, entra en conversación con él y lo emplea como contador. (Era el catalán Puig.) Su hermano cuenta que domando potros los apretaba con las piernas hasta que se caían (hay que tener en cuenta que eran animales criollos, más chicos que los afrisonados que se usan hoy, y que el peso del jinete les debía aflojar las rodillas en los corcovos).

Martínez Estrada observa que Martín Fierro recibe la fuerza de su autor y es capaz de cargarse un negro ensartado en el cuchillo.

Después de la figura, impresiona la voz: “voz de órgano”, “voz de trueno”, “voz pura y potente”, “llena, sonora y vibrante, como la de Aristóbulo del Valle”, voz que “dominaba las asambleas tumultuosas”.
Le encantan la vida en sociedad, las tertulias, el diálogo ingenioso. Es muy discreto, de espíritu jovial, dado a las bromas y juegos.

En los carnavales juega y se disfraza y lo seguirá haciendo cuando ocupe posiciones espectables (sic). Una vez mostró su propio reloj a un amigo un poco pánfilo para que le dijera la hora, simulando no saberla, y lo tuvo una semana dándole clases arduas, hasta que resolvió “aprender”. Rápido en las respuestas, chispeante, gracioso, conversa horas enteras con una locuacidad inagotable. Le gusta decir versos y también improvisarlos. Tiene ocurrencias originales, como ésa de hacerse retratar de frente y de espaldas y formar con las dos fotografías un medallón para recuerdo de su novia (una vasca necia, anterior a Carolina 1, que, como vio primero el de la espalda, lo tiró al suelo).

Pero lo que más llama la atención es su memoria de elefante. Le dictaban hasta cien palabras, cuenta su hermano, y él “las repetía al revés, al derecho, salteadas y hasta improvisando versos y discursos sobre temas propuestos, haciéndolas entrar en el orden en que habían sido dictadas”. Recordaba páginas enteras de memoria. Cuando sea legislador hablará muchas veces sin apuntes, barajando citas y números con una precisión desconcertante. Si le preguntaban una cifra, respondía en el acto, como una computadora. No sería difícil que la memoria haya cubierto las lagunas en sus primeros tiempos de taquígrafo. Le gusta la historia y la poesía. Ha leído clásicos y conoce bastante bien la literatura gauchesca.

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