jueves, 4 de octubre de 2012

Secretos del Gasómetro - parte 2

 

En la cumbre

Satisfechas nuestras primeras inquietudes, era hora de conocerlo desde arriba. El ascenso fue por medio de un antiguo pero operativo ascensor. Lento y muy oscuro. Desde la base hasta el techo no hay una sola abertura en las paredes de hormigón que constituyen el foso. Era mejor no pensar que sucedería si se detenía en el camino, ya que no había por donde salir excepto por la ventana del techo de la cabina, que nos mostraba una tenue luz en las alturas. Esa luz venía de la puerta de salida, en la azotea del gasómetro.

Afuera hacía mucho frío. A la izquierda del ascensor había un tosco y antiguo teléfono a manivela. Oxidado y construido sin mezquinar metal, servía para conectarse al menos con la base. Salimos de esa sala intermedia al techo mismo del tanque. Al caminar por las chapas de acero, éstas se doblaban un poco produciendo un fuerte sonido, hueco y grave. No resultaba demasiado tranquilizador desplazarse en esas condiciones, al menos hasta acostumbrarse.
La superficie de la terraza es de aproximadamente 2.000 metros cuadrados, ya que el diámetro del cilindro es de 50 metros.

La monumental construcción, de chapas de acero remachadas, se puede ver desde más de un kilómetro a la redonda. Y no es menos lo que se aprecia desde allá arriba. La avenida Crisólogo Larralde se pierde hasta convertirse en un pequeño hilo que conduce hasta el anaranjado Río de la Plata. Dicen que en días despejados se alcanza a divisar las costas uruguayas, pero la tarde era gris y las nubes se confundían con el río. Girando hacia la derecha aparece, bien visible, la torre de Parque de la Ciudad. El edificio de Phillips, la Clínica Saint Emilien y el Parque Sarmiento son también parte del paisaje que se ve rodeando la intimidante barandilla de la periferia.

A esa hora el sol salpicaba la ciudad y por momentos pintaba un resplandor dorado en el río. Nuestros guías fueron Jorge Oviedo y Saturnino Laspiur, integrantes de la Gerencia de Compras de Gas Natural BAN. Ellos nos acompañaron en el paseo y nos contaron algunas de las pocas cosas que se saben del gasómetro. Estuvieron con nosotros incluso allá arriba.

Una fábrica de gas

En 1888 Buenos Aires tenía 8.239 faroles, de los cuales 5.079 funcionaban con gas. La producción de gas en ese entonces superaba los quince millones de metros cúbicos. En Argentina la revolución del gas comienza en Buenos Aires cuando, en 1851, la empresa Federico Jaunet y Hermano instala un pequeño gasómetro junto a la catedral y tiende cañerías hasta la vecina Plaza de la Victoria, para iluminar la Pirámide, el 25 de mayo de 1852.

El gas que suministraban los hermanos Jaunet era de carbón de piedra y su economía fue un factor clave para su desarrollo. Treinta y seis metros cúbicos de gas equiparaban la iluminación de treinta y cinco kilogramos de aceite. Pero esa cantidad de aceite costaba entonces 136 pesos, mientras que el gas sólo 10. Podemos recordar que la gran araña central del Teatro Colón estaba compuesta por cuatrocientas cincuenta luminarias de gas y que encenderlas requería hasta media hora.

Según pudimos reconstruir, el gasómetro fue instalado a mediados de la década del ’40 y no era un simple almacén de gas: era una fábrica. Al costado del tanque están, aún hoy, las instalaciones que hace más de medio siglo permitían generar este preciado combustible. Se usaban como materia prima el carbón y el coque. La presión de almacenaje era apenas un poco mayor a la presión atmosférica; por ejemplo, si a la presión atmosférica le asignamos un valor de uno, el gas estaba a una presión de 1,02. Como se ve, el gasómetro no resultaba algo tan amenazante como uno se imagina por su tamaño. El gas producido se usaba principalmente para la iluminación de faroles.

 

No hay comentarios.:

Publicar un comentario