jueves, 2 de agosto de 2012

Los calabozos de la calle Potosí – parte 2


Lucio Norberto, al que decían Luchito, cinco años menor que Lucio V. y de rostro idéntico al de su hermano pero de un temperamento extremadamente impulsivo, después de la caída de Rosas fue enviado a un colegio jesuita en Inglaterra. “Papá, no quiero estar aquí”, escribió en su primera carta a la familia. “Pues has de estar, que quiero que aprendas inglés”. “Si no me sacas, me voy a tirar del balcón a la calle”. “Tírate”. La siguiente carta, remitida por los jesuitas, decía: “El joven Lucio se ha arrojado del balcón del segundo piso y se ha roto un brazo”.

De inmediato Luchito fue enviado a París, pero de allí huyó a Cádiz, donde se enamoró de una joven española. Una noche bastante clara de luna creciente la citó en la plaza de la Palma, donde le otorgó cinco minutos para le dijera “te amo”. En su mano izquierda sostenía un reloj. Al cumplirse el plazo, se pegó un tiro.

Eduardita era, de los niños, la que sobrellevaba con más bravura las historias de terror que les contaban los sirvientes. “Dormite, dormite, hijita, mirá que si no ahí viene Lavalle a comerte”, le decía la morena María, simulando con la lengua un tropel de caballos. “¿No oyes, niño, esos gritos? Son las almas de los que están en los calabozos bajo tierra” le decía a Lucio el moreno Tomás. El niño creía oír los ruidos de cadenas del “presidio viejo” que había funcionado en su casa de la calle Potosí (Alsina) en tiempos de los españoles.

Cuando los servidores apagaban la vela, Lucio le susurraba a su hermana desde su cama: “Callate… no hablés, que tengo miedo y me ahogo, que me tiran de las piernas!”. “¡Zonzo, flojonazo!”.

Su padre regañaba a los morenos: “Son ustedes los que han de tener la culpa; ya he dicho que a este niño no lo asusten con las ánimas. La madre protestaba: “No, Mansilla; si es que es muy canguiña . Ya ves cómo Eduardita no tiene miedo”.

Los rezos, en la casa Mansilla, estaban regulados por un reloj Empire con bomba ubicado en la sala de costura de la señora. A las ocho los niños iban a pedir su bendición a los mayores, y en invierno a las siete. Madre y niños rezaban a una imagen de Nuestra Señora del Rosario custodiada por velas de sebo de molde, marca de las familias patricias.

Laura Ramos

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