miércoles, 4 de julio de 2012

Manuel Quintana Y Bernardo De Irigoyen – parte 7



Gestor del Acuerdo de San Nicolás

Se trasladó a Buenos Aires en 1851, donde se le encargó estudiar la cuestión limítrofe con Chile y los problemas pendientes con la Santa Sede desde los días de la Independencia. En 1852, apenas ocurrida la batalla de Caseros, el general vencedor, Justo José de Urquiza, le encargó la trascendente misión de recorrer las provincias argentinas para explicar a sus gobernadores el sentido del movimiento e invitarlos a sumarse a la gran tarea de la Organización Nacional. Fruto, en buena medida, de sus esfuerzos, fue la reunión de mandatarios y consecuente firma del Acuerdo de San Nicolás, el 31 de mayo de 1852.

Luego de la revolución del 11 de septiembre de ese año, que marcó la secesión de Buenos Aires, abandonó el servicio público y se dedicó, tras una breve permanencia de Montevideo, a la explotación de un campo y a la atención de su estudio jurídico.
En 1860, fue elegido miembro de la comisión provincial que debía estudiar las reformas a la Constitución de 1853, según lo establecido en el Pacto de Unión Nacional. En las deliberaciones acreditó su cuidada oratoria y amplios conocimientos jurídicos. A raíz de ello, el presidente de la Confederación Argentina, doctor Santiago Derqui, le ofreció un ministerio, que no aceptó. Poco después se produjo la campaña de Pavón, e Irigoyen, sindicado por los triunfadores como “rosista” y “urquicista”, volvió a sus actividades forenses.

Pasaron varios años, en que cumplió esporádicos cometidos, hasta que en 1870 reanudó un derrotero público que sólo concluyó con su muerte.
Sarmiento lo designó procurador del Tesoro y vicepresidente de la primera Exposición Nacional que se desarrolló en Córdoba. También en 1870 ocupó una banca en la legislatura de Buenos Aires; enseguida se lo nombró vicepresidente del Crédito Público, y en 1872 resultó elegido senador de Buenos Aires por el Partido Autonomista. Simultáneamente integró la convención reformadora de la constitución provincial. Un año más tarde juró como diputado nacional y desarrolló una intensa actividad en la Cámara baja, mientras formaba parte del Consejo de Instrucción Pública de su provincia.

Al asumir la presidencia el doctor Nicolás Avellaneda, en 1874, le ofreció la cartera de Relaciones Exteriores, que rechazó. Otro tanto hizo con la jefatura de la legación argentina en Río de Janeiro.

En 1875, cuando presidía la Cámara de Diputados, la insistencia de varios hombres públicos notables lo llevó a aceptar la Cancillería, donde tuvo ocasión de demostrar su gran competencia y cualidades diplomáticas para considerar los diversos problemas limítrofes que aquejaban a la República.

“El capital no tiene patria”

En 1876 se produjo un incidente entre el gobierno de Santa Fe, a cargo de Servando Bayo, y la sucursal del Banco de Londres en Rosario, por no haber acatado ésta la ley que ordenaba la conversión a oro de todas las emisiones de papel moneda realizadas por el gobierno de la provincia. Ordenada la detención del gerente, intervinieron en su favor los representantes diplomáticos de Gran Bretaña y Alemania, pues el factor era natural de esta última.

El encargado de negocios inglés y el entonces abogado del banco, Manuel Quintana, se entrevistaron el 26 de mayo de 1876 con Irigoyen, quien señaló la posibilidad de una gestión oficiosa del gobierno nacional, pero modificó su actitud cuando Quintana le advirtió que iba a partir una cañonera de guerra inglesa estacionada en el Río de la Plata para embarcar los caudales del banco.
Tras subrayar que tal conducta podría traer graves consecuencias, señaló con serena energía: “Los capitales del Banco de Londres no estarán más seguros a bordo de un navío inglés que en cualquier lugar del territorio argentino bajo la guarda de las autoridades nacionales”. Las sociedades anónimas que hubieran obtenido personería jurídica argentina no poseían nacionalidad extranjera: “El capital no tiene patria”.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario