martes, 3 de julio de 2012

Manuel Quintana Y Bernardo De Irigoyen – parte 5



Transcurrieron varios años, hasta que en 1888, el presidente Juárez Celman lo nombró junto a Roque Sáenz Peña para representar a la Argentina en el Congreso Sudamericano de Derecho Internacional Privado que se reunió en Montevideo.
Su actuación fue muy notable, abarcó diversos aspectos y fue subrayada por la prensa de ambas márgenes del Plata, lo mismo que el destacado desempeño de su compañero de misión. Al año siguiente, ambos participaron en la Conferencia Internacional Panamericana de Washington, donde presentó un proyecto sobre el establecimiento del arbitraje en América para la solución de los conflictos internacionales.

En 1892, el presidente Luis Sáenz Peña lo nombró ministro del Interior, pero renunció a los dos meses por considerar que faltaba homogeneidad en el gobierno. El primer mandatario modificó su gabinete y Quintana volvió a aceptar dicha cartera cuando acababa de producirse el primero de los dos movimientos revolucionarios radicales de 1893.
Actuó con extrema severidad, promoviendo la declaración del estado de sitio en toda la República, y la intervención de varias provincias. Se mantuvo en el cargo hasta el 6 de noviembre de 1894 en que se retiró por poco tiempo a la vida privada, ya que fue elegido nuevamente diputado nacional.
Le tocó pronunciar en 1902, en su condición de presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores, un enjundioso discurso con motivo de los Pactos de Mayo que dieron fin al más importante de los litigios con Chile. Fue el adecuado cierre de su larga trayectoria de insigne orador parlamentario.

Presidente de la República

Concluía la segunda presidencia de Roca y los Partidos Unidos lo propusieron como candidato a la presidencia de la Nación. Lo acompañaba en la fórmula el doctor José Figueroa Alcorta. La abstención radical y la declinación de un sistema político que había contribuido a la Organización Nacional pero requería urgentes y profundos cambios, facilitaron la asunción del binomio que marcó el fin del largo predominio del roquismo.
Cuando asumió, el 12 de octubre de 1904, lo expresó con estas palabras: “Soldado como sois transmitís el mando en este momento a un hombre civil. Si tenemos el mismo espíritu conservador, no somos camaradas ni correligionarios, y hemos nacido en dos ilustres ciudades argentinas más distantes entre sí que muchas capitales de Europa”.

En el escaso tiempo en que ejerció el mando sufrió la revolución radical de 1905 pero materializó obras públicas, aumentó las exportaciones agrícolas, redujo la deuda, disminuyó los derechos que gravaban el consumo, promovió la enseñanza, impulsó reformas en la justicia y proyectó grandes obras, como la erección del edificio de Correos en Buenos Aires.
En 1906 el superávit fue de dos millones de pesos, “cuando –al decir de su ministro de Hacienda- son muy contadas las naciones que presentan los suyos sin déficit”. Fue la herencia que le dejó a Figueroa Alcorta, ya que falleció el 12 de marzo de 1906, luego de soportar durante los últimos meses de mandato una enfermedad que minó sus fuerzas físicas.

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