miércoles, 25 de abril de 2012

Manuel Silvestre Prudán - parte 2

El sorteo de Matucana

Entre los prisioneros marchaba el Dr. José López Aldana, auditor del Ejército Patriota, quien protestó de tal disposición violatoria del derecho de gentes, pues transforma a la víctima, en guardián de la víctima; a lo que contestó García Camba, que se diesen por bien servidos que aún mantuviesen la cabeza sobre los hombros. Fue entonces que el coronel argentino José Videla Castillo, que por su elevada jerarquía formaba a la cabeza del pelotón de oficiales prisioneros, manifestó con sublime entereza: “Es inútil la suerte. Aquí estamos dos coroneles: elija cuál de los dos ha de ser fusilado, o juntos si se quiere y hemos concluido” “¡No! ¡No! ¡La suerte!” gritaron los prisioneros unánimemente. García Camba procedió inmediatamente al sorteo a muerte, para lo cual escribió las cédulas sobre una caja de guerra que sostenía un tambor de órdenes, cédulas que fueron arrojadas dentro de un morrión de un soldado del Regimiento de Cantabria que proveía la escolta a los prisioneros.
Inmediatamente pasó lista nominal de los prisioneros  y empezó el sorteo: Videla Castillo fue el primero que extrajo su cédula del morrión hispano y la abrió, resultando blanca, siguiendo el acto sin novedades hasta que llegó el turno al mayor Tenorio, que ocupaba el sexto puesto, quien exclamó: “¡Yo no tomo la cédula!”. “El señor -agregó, señalando al capitán Ramón Lista (perteneciente al Regimiento Río de la Plata)- sabe quienes protegieron la fuga”. “Yo no se nada”, interrumpió Lista. “¡Venga la suerte!”. “¡Usted me lo ha dicho!”, exclamó Tenorio. “¡Es un infame!”.
En aquel instante salió de entre las filas de prisioneros un oficial que exclamó: “¡Yo soy uno!” y “y yo el otro”, prorrumpió otro prisionero, que imitó la acción de su compañero. “¡Venga la suerte!”, gritaron todos los demás, con excepción de Tenorio. “¡Es inútil!” contestaron aquellos dos valientes que se ofrecían así como víctimas propiciatorias de sus compañeros de infortunio. El primero se llamaba Manuel Prudán, de Buenos Aires, tenía 24 años.
El otro, Domingo Alejo Millán, natural de Tucumán, prisionero de Ayohuma, que también había permanecido siete años encerrado en las Casamatas del Callao, era menos joven que el anterior, pues contaba 33 años; ambos habían compartido las duras fatigas del infortunio. Ambos se ofrecían ahora al sacrificio, sin vacilaciones, y con sublime entereza.
Los prisioneros pidieron que se continuase el sorteo: “¡Es inútil!”, interrumpió Millán, “y en prueba de que soy uno de los complicados con la fuga, he aquí una carta de Estomba”. “En mi maleta de viaje se encuentra la casaca de Luna”, agregó Prudán. “No hay que afligirse –dijeron a sus compañeros- verán morir dos valientes”. “No hay para qué seguir la suerte”, expresó entonces con terrible frialdad el general García Camba, “habiéndose presentado los dos culpables, serán fusilados”. “¡Prefiero la muerte -prorrumpió Millán- a ser presidiario de los españoles!”.

El general español Pascual Vivero, que en este intervalo había advertido lo que pasaba en el campo de los prisioneros, se dirigió hasta donde ellos estaban, y sin proferir una palabra se formó tranquilamente a la cabeza de la fila, como si fuese a cumplir con un deber ordinario del servicio.

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